Alfonso Ussía
¿Talento?
Un grupo de amigos convenció y llevó a don José Ortega y Gasset a un tablao flamenco. Al insigne filósofo el flamenco le parecía un tostón. No hay que ser insigne filósofo para ello. Para quien esto firma, que no es insigne y menos aún, filósofo, el flamenco es como el Orfidal. Con el Jazz me sucede algo similar, pero no quiero perder el hilo de la pequeña historia.
Don José Ortega asistía pasmado al espectáculo. Como era persona de alta educación, aplaudía cuando lo hacían los demás y consultaba la hora con su reloj de bolsillo al final de cada cuadro. En esto, apareció una bailaora que estaba bastante bien y que llevaba mucho arte en las venas. Los palmeros jaleaban su gracia y donaire, y a uno de ellos se le escapó un piropo excesivo. «¡Viva el talento!». Fue cuando don José Ortega se incorporó de su asiento y saludó a los presentes. Para Ortega y Gasset, el talento era él. Confundió de tal modo el desarrollo del número, que se retomó desde el principio. Abandonó el local entre murmullos de airada desaprobación.
El talento es el hermano mayor del ingenio. Está instalado en la mente y ocupa un espacio inconcreto en el cerebro. Separa al talento del ingenio la misma línea que distancia al artista del artesano. Pero están devaluando su excelencia. En los partidos de fútbol, baloncesto y tenis que se ofrecen por televisión, abundan los comentarios respecto al talento. Una cosa es la inteligencia y otra muy diferente el talento, que es tesoro de elegidos. Don José Ortega y Gasset tenía toda la razón del mundo para agradecer aquel «¡Viva el talento!», porque el único talento que habitaba aquel local era el suyo. Para ser un buen futbolista resulta imprescindible la buena preparación física y saber tocar el balón con el pie, o en casos esporádicos, con la cabeza. Hay futbolistas de equipos punteros y selecciones nacionales que se retiran sin haber asumido que un golpe en la zona inferior del balón eleva la pelota y en el polo superior jamás supera el cuerpo del defensa. Tienen otras cualidades, claro. Pero al oir de un comentarista después de apreciar lo bien que ha pasado el balón un futbolista a otro «que tiene mucho talento», se puede discrepar de su falta de moderación. Como el tonto del tenis. «Además de talento, tiene un tenis muy sólido». Todavía no nos ha explicado en qué consiste el tenis líquido. De siempre he creído que el baloncesto es un deporte que exige una fortaleza física descomunal. Sus jugadores son auténticos armarios. De ahí mi desconcierto cuando he leído la opinión de un buen jugador, Jason Robinson: «El baloncesto es 90 por ciento mental y 10 por ciento físico». Se me antoja muy exagerada y desmedida semejante proporción. En tal caso, en lugar de dedicarse a escribir, Mario Vargas Llosa viviría del baloncesto. Así que Popovic recibe el balón de Kukovic, lo lanza hacia la canasta, el balón se introduce limpiamente en ella, y exclama el comentarista «¡qué talento!», cuando lo apropiado sería decir «¡qué puntería!».
De Jing-Chuá, campeón del mundo de canicas sobre suelo granulado, se dice que tiene puntería, tino, precisión, dominio de los nervios y un certero toque del dedo corazón contra la esfera de la canica. Pero ningún chino se ha atrevido, hasta el momento, a adjudicarle un gran talento.
Si en verdad los mejores futbolistas del mundo tuvieran talento, no fallarían jamás. Los que hemos jugado al fútbol –y en mi caso apreciablemente bien–, sabemos que todo consiste en saber darle al balón con la fuerza necesaria hacia el destino deseado. El talento vamos a dejárselo a los poquísimos seres humanos que lo han recibido, pulido y mejorado.
Bien por Ortega y Gasset.
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