Alfonso Ussía

Te amo, perra

He conocido pocos casos. Tuve conocimiento directo de un amante destrozado por la lejanía de su amor. Un recluta de mi Compañía que lloraba sin consuelo todas las noches porque añoraba a su «niñita». Vivía en la sierra de Córdoba. Durante el día, con la instrucción militar, el cansancio y el continuo ajetreo, calmaba su melancolía. Pero cuando terminaba la jornada, pasaba por la cantina, empinaba el codo y le venía la llorera, consecuencia de su profundo dolor. –Esto pasa pronto, y cuando menos te lo esperes, volverás a estar con tu «niñita»–, le dije una tarde para aliviar sus espasmos lacrimógenos. Y seguí en el empeño: –Y pronto te casarás con ella y tendrás unos hijos maravillosos–. De nada sirvieron mis palabras cálidas y bienintencionadas. –No nos dejan casarnos. Mi «niñita» es una cabra–. Abandoné de inmediato mi labor misionera.

Leo la crónica de Rosalía Sánchez, corresponsal de «El Mundo» en Berlín. Hasta hoy he creído que ese tipo de amores sólo se daban en lugares recónditos y olvidados. Pero estaba equivocado. También en la industriosa, culta, civilizada y potente Alemania se produce esta degeneración amorosa. Un tipo, llamado Michael Kiok lleva siete años liado con su perra. Una hembra de pastor alemán que responde al nombre de «Cissy». Según el degradado ser humano, al separarse de su mujer, con la que convivió diez años, consideró que ya había cumplido con las normas impuestas por la sociedad y que tenía derecho a la libre elección de una nueva amada. Y dicho y hecho, eligió a su perra, a la que ha prohibido terminantemente mantener relaciones con los machos de su especie, porque Kiok, además de un depravado, es celoso.

Lo preocupante es que no se trata de casos aislados. No se promulgan leyes para las excepciones, y en Alemania, el «Bundesrat», la Cámara Alta, ha aprobado una ley por la que se prohíbe «el uso de animales para actividades sexuales», lo que nos ayuda a pensar que en Alemania se practica con asiduidad la zoofilia, que es la voz amable y culta para referirse al bestialismo. En nuestro Parlamento podría resultar divertido un debate al respecto. Divertido pero peligroso, porque una mayoría de los autodenominados «progresistas» terminaría aprobando los matrimonios entre personas y animales amparándose en el inalienable «derecho a decidir».

Pertenezco, según la retroprogresía, a los espacios de la caverna, y en mi caso particular, de la caverna mediática. Aquí tienen toda la razón. Considero que cumplir fornicio con un perro, un gato, una cabra, una oveja o un pato mandarín sólo está al alcance de los depravados. El amor es mucho más que la posesión física. Es la palabra. Y mucho me temo que en las relaciones entre un hombre o una mujer con un perro o un gato, hay poca charlita. Tan sólo si se trata de un loro o una cotorra la pasión puede endulzarse con el intercambio de palabras e imágenes, pero no lo recomiendo por el mal carácter de los lóridos y la agudeza y fortaleza de sus curvados picos.

El amoral Kiok no tiene intención alguna de cumplir con la nueva ley, y asegura que él sólo cubre a su perra cuando ésta se lo demanda «por iniciativa propia». Además, que ejerce su inclinación natural con plena responsabilidad. Lamento mi antigüedad. Me encantan los animales, pero no me ponen.