Francisco Rodríguez Adrados

Templanza

Uno intenta no ser demasiado pesimista.

Me invitan a una entrevista delante del público, nuevo formato que ensaya la Fundación March. He presenciado algunas bien llevadas, atractivas. Ahora me toca a mí. Repasamos a saltos mi vida y los ambientes en que he vivido, procuro hacer ver que las estrecheces y desgracias también han dejado huecos favorables, para muchos de nosotros, para el país en general.

Las tragedias en el mundo humano y en el intelectual no han impedido los resurgimientos: los del exilio y los que aquí quedamos por circunstancias varias, unos y otros, somos al final ramas de la misma España. Y las terribles carencias que tuvimos nos estimularon, a unos y a otros, a la reconstrucción y a suplir lo que nos faltaba, a crear. Hay Ciencias que han crecido en España, de nuestra guerra a ahora, de manera imparable, y ello dentro de un terrible aislamiento. Aunque esto se olvide demasiado. Laín ponía el ejemplo de la Filología Clásica y la Biología. Pero mejor ejemplo es la misma España.

Sigo con mi ejemplo. Tanto internacionalismo como hoy existe, con todas sus ventajas, deja a muchos españoles un cierto complejo de alumnos atrasados, siempre haciendo cola ante los sabios extranjeros. Nosotros suplíamos el aislamiento: las Ciencias extranjeras las teníamos aquí en nuestras bibliotecas y laboratorios. Y la vida misma nos hacía vivir.

Un ejemplo. A todo chico listo lo mandaban a Alemania. Yo recuerdo cuando, tras un examen ante un imponente tribunal, fui considerado digno de atravesar esa frontera. Pero no había dinero, me quedé en mi casa (al año recibí un oficio que me preguntaba que por qué no había ido). Bueno, cuando fui más tarde y vi sus clases, sus seminarios, sus bibliotecas, no encontré nada que nos aplastara tanto. Y el aislamiento tenía sus ventajas: como para las Ciencias que yo cultivaba, la Lingüística indoeuropea por ejemplo, aquí no había tradición, yo era un hombre libre, pude liberarme de tradiciones venerables. ¡Me atreví a hablar libremente en un Congreso, libre de ataduras centenarias y, aunque no se creyeron mis críticas, me trataron con consideración! Claro que hablaba el alemán peor que ellos.

Siempre me ha molestado el complejo de inferioridad, tantas veces, del español. Es muchísimas veces injustificado. Aunque me molesta más el hecho repetido de que, con excepciones mínimas, un libro escrito en español no es apenas apreciado fuera. Aunque sea igual que los suyos o mejor.

Somos, pues, un país normal, pero con un cierto complejo y, fuera de algunos tópicos, poco apreciado fuera, la verdad. Habría que decir a Europa: por favor, no nos miren como a bichos raros, no piensen tanto en la Inquisición y en los conquistadores, ya no tenemos ni lo uno ni lo otro.

Y, sin embargo, hay algo, temo, en lo que diferimos. Nuestros grandes problemas sociales, económicos, intelectuales son más o menos los de ellos. Pero se tornan excesivos, implacables.

Volviendo a mi anécdota, mi entrevistador dirigía aquello de un modo inteligente, todos disfrutábamos. Pero yo le había dicho: «por favor, no me pregunte por la política actual». La verdad, nos abruma, casi no nos deja respirar.

Pero llegó la pregunta inevitable: la pregunta sobre el futuro del país, la pregunta que ni yo ni nadie sabemos contestar. ¿Cómo voy a resolver yo la economía cuando parece que no la resuelven ni los economistas, es más bien un pretexto para tirarse todos a la cabeza los trastos? Ciertamente, yo, sobre el hombre, soy optimista, pero a larga, larga distancia: he visto países arrasados que luego han resucitado, he visto miserias, intelectuales y de las otras, que luego han declinado.

Aunque también hay caídas, de ellas están llenos los libros de Historia y, aun sin ellos, basta viajar un poco por Africa y el Oriente Próximo, son sólo dos ejemplos. Y creo que tantas ideas sobre el progreso automático del hombre, han resultado, la verdad, exageradas. Uno adivina la salida del túnel, pero la ve lejana. ¿Cree de verdad alguien que España va a sanarse a fuerza de huelgas salvajes, por turno, de buscar el poder sin escrúpulos? ¿Va a sanarse partiéndola en trozos? ¿Modificando la Constitución para que lo que ahora cuela se convierta en derecho inalienable? ¿Un derecho, por ejemplo, a elegir, partiéndola? ¿Aceptando sindicatos abusones, estudiantes que no estudian? ¿Recetando más demagogia, cual dice el Sr. Gómez?

Algo ha funcionado mal en España, la famosa Constitución de Cádiz ha sido un ejemplo de cómo sabias ideas no evitan, al final, abusos, y de cómo luego los unos y los otros se han aplastado por turno y tanto la sabiduría como sus formas degradadas traen violencia no menos terrible. No voy a poner ejemplos, todos los conocen.

Y la rueda sigue rodando. Nos angustia que otros países hayan combinado mejor la autoridad y la libertad, eso tan difícil, lo decía Tácito. Podemos consolarnos: al menos no hemos tenido las guerras europeas y otras desgracias más. Y, después de todo, ese giro de la libertad a la opresión, de la opresión a la revolución es propiamente humano, Platón lo decía. Siempre nos queda la esperanza de que se impongan fuerzas más poderosas que el deseo de poder.

De momento estamos donde estamos: no en lo peor de lo peor, como dicen algunos, pero no queda lejos. Un poco de sophrosyne, la palabra griega: templanza, no les vendría mal a muchos. De reflexión y de leer los libros de Historia.

De tantos supuestos paraísos líbranos, Señor.