Alfonso Ussía

Terrazas

La Razón
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Madrid se cita y se reúne en las terrazas. Los de «Podemos» han decidido prohibirlas. Ya han desmontado algunas de las más tradicionales y características. Las del barrio de Salamanca y Chamberí. Les llegará el turno a las del Paseo de La Castellana, porque el acuerdo municipal de los estalinistas apoyados por Pedro Sánchez, no busca el beneficio de Madrid, sino el placer de la venganza. Para ellos, los podemitas, esas terrazas representan una clase social y económica que envidian y aborrecen. Es la misma clase social y económica de Rita Maestre, pero no importa. Quieren arruinar a los propietarios de los restaurantes, bares y cafeterías que han invertido en sus terrazas, pagado sus impuestos y creado miles de puestos de trabajo. «Ramsés», punto de encuentro en la plaza de la Independencia, tendrá que reducir su personal en un cincuenta por ciento. Política social.

Madrid es una terraza. Tengo un amigo más inglés que Churchill –se llama Mark Inch–, y gran empresario que se planteó solicitar la nacionalidad española. Vive en Londres, pero viaja todas las semanas a Liverpool donde tiene su principal industria. Por la antigua carretera de Cádiz, entramos en Sevilla por La Palmera. Aquel mayo nació rabioso. Azahar estallado, las buganvillas en plena chulería y los jacarandas en flor. Un largo e interminable bosque de árboles azules. Se quedó alelado. Pocas semanas más tarde se presentó en Madrid y vivió una noche de terrazas. –Me hago español. Esto no tiene precio–.

Una anécdota aislada. Creo que el concejal de Envidias y Resentimientos es el mismo que prohibió semanas atrás que se rodara en Cibeles un anuncio de Coca-Cola. El mismo que ha apuntado en su cuaderno de rencor las terrazas que no le admitían por su aspecto. De «Ramsés», ya desmontada, a «Embassy» que espera con inquietud el oficio municipal, todas las terrazas tradicionales de Madrid han sido condenadas a muerte. Fuente de riqueza clausurada, puestos de trabajo al carajo –rima consonante–, libertad de los madrileños para sentarse, beber, comer, hablar y fumar, cercenada de golpe. Estética de Madrid, moscovizada. París y Roma se inspiraron en las terrazas de Madrid para atraer más a los turistas.

Pero en Madrid, y en España, hemos sido sacudidos por un insensato, también resentido, que ha regalado el poder municipal al populismo deslavazado. Hay que desmontar todo lo que funciona para que no funcione nada. De ese modo se justifica la presencia de los antisistema que sólo buscan construir otro sistema en el cual su cuota de poder omnímodo sería innegociable y sobrevolaría urnas y papeletas. Y Sánchez se conformaría con las migajas de propina por haber llevado al hundimiento a un poderoso partido político de izquierdas que tuvo, en su momento, lugar y sitio en las democracias occidentales y en el ámbito europeo. Ahí está Susana Díaz para evitarlo, pero se está retrasando en exceso.

Todos los grandes proyectos de expansión y mejora de Madrid están paralizados. Hoy les ha tocado a los hosteleros y mañana los perjudicados serán otros. No en la totalidad urbana de Madrid, sino en los barrios y zonas envidiadas –y por ello deseadas–, por el resentimiento social. No es culpa de los resentidos, sino de quienes han colaborado con su voto a su implantación en las instituciones. Entre ese cincuenta por ciento de trabajadores de «Ramsés» que se quedan sin trabajo, más de uno habrá votado a los farsantes.

¿Qué tienen los de «Podemos» contra las terrazas de Madrid, que alegran Madrid, que enriquecen Madrid y que dan trabajo en Madrid?

La respuesta es breve y concisa: Odio.