Toni Bolaño
«Tête de la course»
Mariano Rajoy es la «tête de la course» en una carrera que empezó el 20 de diciembre y acabará este sábado día 29, 311 días después. En su particular Vuelta Ciclista, el presidente en funciones superó ayer las últimas trabas y lo hizo con una cierta sorna desde la tribuna de oradores. Sus principales opositores se las tenían entre ellos. A él, casi ni le rozaron. Los socialistas bastante tenían con lo suyo. Podemos lanzó contra todo y todos, con especial atención al PSOE, que oyendo a Iglesias parecía que eran los socialistas los que se presentaban a la investidura, y los naranjas estaban ocupados en ponerse en valor.
Antonio Hernando, el portavoz del PSOE, tuvo que superar sus contradicciones. Pasar del «no es no» a la abstención no fue tarea fácil. Mantuvo unas duras críticas a Rajoy que perdieron credibilidad cuando llegó a su anuncio: el grupo socialista se abstendrá. Con un «talón de Aquiles» sangrante, habló para sus diputados, para sus militantes, y para sus noqueados votantes que todavía contemplan estupefactos el harakiri público del que otrora fuera el todopoderoso Partido Socialista. Intentó insuflar ánimos culpando a Podemos de no querer un presidente socialista y anunciando una dura oposición porque «el tiempo nos dará la razón». Por poco, no cita a Fidel Castro con «la historia nos absolverá». Podemos no estaba por hacer oposición al PP. Al margen de unos zascas de taberna que confundían el hemiciclo con el Corral de la Pacheca, la artillería pesada de los morados se dirigía a la línea de flotación del PSOE. Iglesias recordó aquel Long Play de Loquillo y los Trogloditas: «A por ellos que son pocos y cobardes». La preocupación y la ocupación de Pablo Iglesias era autoerigirse en líder de la oposición, autonombrarse representante de la mayoría social y anunciarnos la insurrección que viene. Iglesias sacó su tono bronco, malsonante, tratando de dar enjundia a un discurso que no pasa de la recurrente consigna publicitaria. Fue su día histórico, el día del triunfo de la Triple Alianza, una especie de «remake» de la franquista conspiración judeo-masónica internacional, en el que empieza el cuento de la lechera que llevará a Podemos al poder.
En este escenario, Rajoy se movió como pez en el agua. Con un PSOE fuera del tablero, se retroalimentó con Iglesias. Huyó del tono bronco y surgió el Rajoy guasón, intratable desde la tribuna del Congreso. Los populares lo niegan, pero lo cierto es que están más cómodos con la izquierda podemita enfrente que con la socialdemocracia. Los socialistas, si se recuperan, pueden llegar a ser alternativa. Los morados, en cambio, no. Son el antídoto necesario que evita la desmovilización de su electorado y que tiene los diques necesarios para impedir un trasvase de votos.
Rajoy no tenía prisa en desvelar sus cartas. Ofreció diálogo sin concretarlo y, por eso, no logró más complicidades. Ni tan siquiera con el líder vasco, Aitor, el conductor del tractor, aunque ambos como el chiste del dentista, decidieron no hacerse daño. Los independentistas catalanes, lo previstó en el guion, no le dieron tregua. Tampoco la pidió, y dejó para otro día, en el más puro estilo Rajoy, la cuestión catalana. Marcó sus líneas rojas –soberanía, legalidad, igualdad de todos los españoles–, pero no dio pistas de sus movimientos alegando que no «tengo claro el foro de diálogo». Eso sí, le dejó claro a Francesc Homs, el líder de la vieja Convergència, que prefiere el apoyo del PSOE antes que el de la CUP. Para que nadie lo malinterpretara, Rajoy también puso negro sobre blanco que no se iba a afiliar al PSOE.
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