Estados Unidos

Trump, el hombre enlaquecido

La Razón
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Un hombre que tarda tanto en dejar su pelo a punto para el público no tiene por qué ser mal presidente por mucho que el mundo tiemble ante su golpe de flequillo a punto de entrar en la Casa Blanca. Hillary también le dedicaba su tiempo al retocado capilar. Pero a las mujeres se les permite o se les exige estar siempre a punto para una foto en «Vogue». Menos Theresa May, que parece recién levantada, como un grunge de derechas. Al cabo, May es de la tierra punki de los sombreros que no son más que las tapaderas extravagantes de los británicos. La muestra de que no son europeos al uso. En España, Ascot estaría prohibido en algunas comunidades autónomas, como los toros.

El peinado de Donald Trump, como el de Puigdemomt, es su coraza, su talismán. Ahí reside su fuerza. El peor «impeachment» que podría sufrir sería quedarse calvo. El envés de la ensaimada de Anasagasti. A falta de saber cómo será su mandato, lo único auténtico por el momento del nuevo presidente es su cabeza. No lo que hay dentro, que es una interrogante y una especulación continua, sino lo que se ve desde fuera. Trump lleva encima tantos litros de laca que sería imposible despegar al hombre de su tocado. Es su salvoconducto. Como la gomina para Mario Conde. Como la coleta para Pablo Iglesias, que tampoco sabe si es de derechas o de izquierdas, porque su reino ignoto está más allá de la frontera conocida. Merece más una manifestación su cabello que la idea, veremos si realizable, de colocar un muro en los límites de México.

El discurso de hoy desvelará o no sus intenciones, entre las que no está cambiarse el peinado. Trump pasará a la historia como el presidente enlaquecido al que le ladran perros limpios y decentes y otros con la caspa buenista de su antecesor, el hombre anuncio que ha dejado el mundo convertido en estercolero. El Nobel de la Paz que hizo la guerra sucia con el pelo de tormenta. De Trump tenemos, además de un montón de titulares, una raya al lado. Poco más. Fue elegido míster América, algo que en su vertiente femenina no ha conseguido Meryl Streep, un remedo de la cantante calva de Ionesco, teatro del absurdo.

Tenemos, pues, a un gobernante legítimo a golpe de melena al que los que hoy le dan la espalda mañana se pondrán peluca para pedir audiencia. Los Estados Unidos tienen todavía poder en el mundo para decretar un corte de pelo como haría Kim Jong-un en Corea del Norte. No nos gusta su cabeza pero acabaremos agachándola a su paso. Que dentro de cuatro años el mundo sea un lugar mejor depende por el momento de un peluquero. A partir del domingo veremos cómo nos sienta el nuevo «look». Cuando sepamos si nos dejan el pelo frito, el corte lacio a lo japonés o el rapado al cero. Las peluquerías, ya lo saben, están llenas de depresivos descontentos con su apariencia. Que vayamos aseaditos o con greñas será algo que depende más del flequillo de Trump que del estilista de Angela Merkel.