José Antonio Álvarez Gundín

Un algoritmo nos está vigilando

Es mi deber informar al lector de que su perfil personal, grabado y almacenado en robustos ordenadores cuya existencia conocen sólo unos pocos, está siendo modificado por el mero hecho de leer este artículo. No es que le espíen; se trata sólo de recopilación y correlación de datos de acuerdo a unos algoritmos que ejecutan las órdenes de forma automática. Todo lo que contiene este ejemplar de LA RAZÓN ha sido ya copiado en esos superprocesadores cuya capacidad acumuladora es inconmensurable. También le afecta a usted: su agenda de teléfonos ha sido duplicada, sus llamadas son rastreadas y su localización exacta en este mismo momento ha sido fijada mientras sigue leyendo.

Pero calma: no van a por nosotros y pasaremos desapercibidos en esa selva de exabytes (un billón de gigas), salvo que yo escriba ahora palabras como «bomba», «atentar», «yihad», o «Satán». Acabo de activar una legión de algoritmos que, de forma instantánea, se ha lanzado con frenesí a establecer correlaciones entre todos los datos que disponen de mí: otros artículos, personalidades citadas, círculo de amistades, viajes recientes, pagos con tarjeta y on-line, llamadas telefónicas, páginas vistas de internet y, por supuesto, e-mails, tuits, sms y whatsapps... Un cruce de datos exhaustivo, algo así como una inspección tributaria, pero integral y a lo bestia. Quieren saber si el autor de esos términos agresivos, publicados en un medio de comunicación y en la red, pudiera ser un radical islámico. Insisto, no es una cuestión personal: lo almacenan todo de todos, pero todo se disolverá en el éter si no salta el chivato de la alarma, bien porque lo pulse un analista como Snowden o porque lo haya disparado un algoritmo. Para hacerse una idea del poder de un algoritmo baste decir que gracias a él la US Navy ha logrado el prodigio de que un «dron» aterrice y despegue sin control remoto, de forma totalmente autónoma. Es tanta su capacidad predictiva que, ahora mismo, podría vaticinarle con bastante precisión cuántos números acertará usted en la Lotería Primitiva de esta noche. Es natural que sintamos vértigo. La sola existencia de gigantescos silos de datos, cuya potencia y capacidad se multiplican de forma incesante, produce tal desasosiego que ninguna garantía constitucional puede calmar. Porque ¿quién nos asegura que toda la información que poseen de nosotros no será vendida con fines comerciales? ¿Quién no pagará, como Angelina Jolie, porque le digan cómo evitar un cáncer probable, porque le adviertan de un peligro inminente o porque le revelen dónde vive el amor de su vida? Estamos a merced de los algoritmos. Así de prosaico.