Política

Un cantante a la Moncloa

Llevamos un tiempo asistiendo, estupefactos, a la decisión de los principales líderes de incorporar a las candidaturas a personas que no han tenido nunca contacto con la política.

Toreros como Miguel Abellán, directivos de éxito como Marcos de Quinto, escritoras como Edurne Uriarte, astronautas como Pedro Duque o entrenadores de baloncesto como Pepu Hernández han colmatado las ofertas electorales.

Los medios de comunicación las ven cargadas de colorido y novedad y eso siempre es un alivio a la hora de dar contenido a los informativos. Los más suspicaces ahondan en el pasado de cada uno para ser el primero en hacer pública alguna empresa de ingeniería fiscal, alguna declaración inadecuada y, si hay suerte, algo peor.

Desde el puesto de mando de cada partido observan minuciosamente las reacciones y, sobre todo, las noticias. Si se detectan motivos, se les releva y punto, normalmente no pondrán resistencia, recuerden al ministro Màxim Huerta.

Sin embargo, lo que hay detrás es otra cosa, han creado una manera de purgar a todo discrepante interno. Han descubierto que apartar a alguien incómodo con un «famoso» o profesional de éxito está sujeto a menos críticas internas y externas. Ya saben, todo político es malo por definición y sustituirlo es motivo de aplauso.

De esta manera, matan dos pájaros de un tiro, fortalecen su zona de confort interno e intentan recuperar el prestigio de la política y los apoyos perdidos incorporando a «no políticos» para el desempeño de tareas públicas.

No son conscientes de que eso es una contradicción en sí misma. Con su decisión ratifican la opinión extendida de que los políticos no son de fiar y que cualquiera lo haría mejor que ellos, especialmente si es alguien conocido públicamente.

La política ha llegado a tal deterioro que tiene que buscar amateurs para sustituir a los profesionales. Lo malo es que, como siempre, toda acción genera una reacción y, en este caso, existe un efecto bumerán sobre los propios líderes que seguramente no han valorado.

Una de las debilidades humanas de todos los tiempos es ver la paja en el ojo ajeno y pasar por alto la viga en el propio. Los que, con sus decisiones, fortalecen la idea de que cuanto más lejos se haya estado de las tareas públicas, mejor, no se dan cuenta que con ese mensaje se inhabilitan a sí mismos.

En efecto, los líderes de los partidos más importantes no han hecho otra cosa en su vida que el ejercicio de la política. Son profesionales que empezaron llevando el café a quien correspondiese en cada momento y fueron medrando, poco a poco, dentro de sus organizaciones hasta que las circunstancias o una carambola les llevó a la máxima responsabilidad.

Según su propia tesis, ellos mismos deberían renunciar porque son los más fieles exponentes de ese perfil
que genera tanta desconfianza entre los ciudadanos. Quizá alguno está tan convencido de lo que hace, que va a renunciar para dar paso a un cantante o a un futbolista.