José Luis Requero
Un ejemplo de dispendio
Hace un par de semanas aplaudía en estas paginas la reciente reforma del Consejo General del Poder Judicial, entre otras cosas porque «reduce su volumen». Pedía que cundiese el ejemplo y que corriesen la misma suerte otros órganos públicos prescindibles o reformables. Y concluía escéptico: a diferencia del Consejo, órgano del gobierno de los jueces, esos otros órganos encierran cargos que la élite política se reserva para sí y con sus cosas de comer no se reforma.
Llegaron las vacaciones y con ellas el alivio de arrinconar estos tortuosos pensamientos. Pero ellos no me abandonan. Paseando una noche por el espléndido casco histórico de Zamora, llegué a la plaza de la catedral y a la luz de las farolas reparé en unos formidables muros de una piedra dorada, preciosa, la misma piedra de la catedral. Su altura equivaldría a un edificio de dos pisos. Fui siguiendo esos muros imponentes y en la parte que pude recorrer mediarían unos ciento y pico metros de largo. Mi curiosidad aumentaba: ¿qué sería aquello? Y he aquí mi sorpresa cuando leí «Consejo Consultivo», es decir, el equivalente al Consejo de Estado. El edificio data de 2012.
Al día siguiente volví, ya a la luz del atardecer. El asombro fue total. A través de unas aberturas que a duras penas dejan que los mortales veamos qué encierran esos muros que ejercen de muralla, atisbé unos edificios acristalados. Como la curiosidad aumentó, internet vino en mi ayuda. El tal Consejo Consultivo ocupa un total de 12.100 metros cuadrados; ignoro la superficie de las edificaciones del interior. Como mis palabras son pobres invito a curiosos y escépticos a que se adentren en Google, allí tendrán cumplida información del edificio.
La sorpresa no menguaba y con el sosiego veraniego esfumado, me fui a la web del Consejo Consultivo y la sorpresa ya cedió el paso a la indignación. Resulta que se compone de un presidente y tres Consejeros, tres de ellos excargos políticos. Más un secretario. Es decir, que para que cuatro señores dictaminen precisan 12.100 metros cuadrados, encerrarse tras unos muros ciclópeos y ocupar unas impresionantes edificaciones de vanguardia. No juzgo la calidad de su trabajo, pero sí parto de que el Consejo es prescindible –puedo razonarlo– y se le añade la procedencia política de sus miembros, crece la idea de retiro dorado a costa de los ciudadanos.
Resulta que tal Consejo también resuelve reclamaciones en materia de contratación pública y pienso si para ambos cometidos –organo consultivo y órgano de reclamaciones contractuales– no bastarían unas instalaciones más modestas: el despacho del presidente, con una mesa de reuniones, otro para el secretario y una sala para los funcionarios. Creo que irían bien servidos con poco más de doscientos metros cuadrados dentro de las dependencias de alguna Consejería. Pero no: su hábitat precisa de 12.100 metros cuadrados, un presupuesto para 2013 de 2.682.185 de euros y un edificio ostentoso, impropio de un país, de una región, en crisis y que costó más de ocho millones de euros. Imagino que los funcionarios castellano leoneses, con sueldos recortados y congelados, estarán felices.
Pensé en las condiciones de muchos juzgados y tribunales donde sí se ejerce una función que es consustancial al Estado; pensé en goteras, estrecheces, en la falta de despachos, en armarios en los pasillos, en resumen: cutrez y penuria. Y mi indignación se desbordó cuando pensé que lo que representa ese Consejo Consultivo se habrá multiplicado por las diecisiete autonomías, más aeropuertos, universidades, tribunales de cuentas, televisiones, etc.
Concluyo con un apunte arquitectónico. Los edificios hablan. Por ejemplo, las antiguas sedes bancarias trasmiten la idea de fortaleza, de solidez, de monumentalidad: en ellas el dinero, los ahorros están a salvo. La del Consejo Consultivo transmite lo más negativo de la política: cuando se quiere potenciar el principio de transparencia, quien se acerca a ese edificio se topa con unas murallas cuyo interior –inaccesible– apenas se atisba desde el mundo de los mortales. Desde la calle se entrevé un paraíso superfluo pero reservado a unos elegidos erigido en 2012, un año donde la crisis no era precisamente una entelequia. Todo un ejemplo de dispendio, del despropósito en el que ha caído la España constitucional.
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