Manuel Coma

¿Un impulso para el liderazgo de Obama?

En la hora décimo tercera, es decir, pasándose de día y de año, se logra un arreglo parcial, que deja lo más peliagudo por resolver. Obama jugó de poli malo hasta el último minuto, culpando en todo momento a los republicanos hasta casi el insulto, para finalmente hacer mutis por el foro y dejó a Biden y al Senado llegar a un primer acuerdo con la oposición. El «número dos» del Gobierno es constitucionalmente, por su cargo, presidente de la Cámara Alta, en la cual ya se había propuesto un compromiso como el que Obama le rechazó al líder de la mayoría republicana y para el que éste no consiguió todo el apoyo necesario de sus propias filas, pues una parte de los suyos lo consideraba una concesión que violaba el sagrado principio de no subida de impuestos en ningún caso, con el que se habían presentado a las elecciones. Así que el Senado aprueba casi por unanimidad subir los impuestos sólo para los que tengan rentas superiores a 400.000 dólares –Obama lo ponía en 250.000– y ayer se esperaba que la Cámara de Representantes lo aprobara con votos que le prestarían los demócratas.

Así pues, el resto de las reducciones de impuestos que afectan a las rentas de nivel inferior al señalado, que estableció Bush para todos los contribuyentes por un periodo de diez años recién venció, no caduca, por lo que las clases medias no ven incrementados sus impuestos, lo que tirios y troyanos consideraban un desastre para la economía nacional, que podía precipitar una recesión y un incremento del paro. Todo ello después de que durante toda una década y hasta hace pocos meses los demócratas y el actual presidente hayan estado denunciado a voz en grito que la rebaja fiscal de Bush estaba destinada a beneficiar exclusiva y descaradamente a los ricos. En realidad, el «precipicio fiscal» no trataba de regresar a los tipos impositivos de Clinton. La espada de Damocles que Obama había hecho pender sobre la economía suponía un incremento sobre la situación anterior a la disminución. Todo ello nos da un atisbo de la enorme complejidad de la enrevesada colección de medidas presupuestarias que deberían haber entrado en vigor con el cambio de año. El hecho de la prórroga negociadora es otro atisbo: siempre tuvieron la posibilidad de prolongar el tope negociador y alejar el borde del abismo.

Obama y sus demócratas siempre creyeron que tenían todas las de ganar, con compromiso o sin él. Un poco de acuerdo lo puede vender como una muestra más de su voluntad conciliadora y esperará que produzca heridas suficientemente graves entre los republicanos como para introducir una cuña que le permita continuar negociando desde una posición de mayor superioridad. Como remedio para el sobreendeudamiento del Estado y su déficit, no tiene casi ningún valor. Puede aportar lo que el Gobierno se gasta en 8 días.

Quedan por resolver posiciones mucho más irreconciliables: la reforma del desmadrado gasto social, sin el que los achaques económicos no tienen solución posible –sino que irán a peor– y la réplica obámica de reducción del presupuesto militar, que los republicanos consideran, en general, suicida. Cuenta también en la larga disputa que queda por delante el costo de la reforma sanitaria de Obama, que le da una fuerte patada hacia arriba a las enormes cargas del Estado de bienestar. Sea cual sea la metáfora elegida para los tremendos desajustes fiscales del gigante americano, nada esencial se ha resuelto, todo está pendiente. Y lo peor es que ninguna de las propuestas sobre la mesa proporciona ni de lejos una solución verdaderamente radical.