Manuel Coma
Un país ante su destino
Si las elecciones salen aceptablemente bien, las perspectivas de progreso se mantienen y pueden mejorar. Si salen mal, el horizonte es de caos, retroceso y ganancia de los talibanes. Desde que éstos fueron derrocados a finales de 2001, tres meses después del 11-S, progreso, haberlo lo ha habido, aunque el país siga siendo pobre, atrasado, corrupto, poco cohesionado, dividido en etnias y tribus, excluyentemente islámico, sometido a una guerra endémica que se arrastra, con enemigos cambiantes, desde finales de los 70. Sigue siendo todo eso, pero apreciablemente menos.
Como sólo son noticia las malas noticias, el chorro continuo de informaciones sobre violencia deja la impresión de que el país es un desastre sin paliativos. Sin embargo en los últimos 13 años la magra economía se ha más que cuadruplicado, la esperanza de vida ha pasado de 42 años a 62. La alfabetización ha pasado del 12% a cerca del 30% y se doblará en los próximos años, con un tercio de toda la población escolarizada, casi la mitad niñas, y una edad media por debajo de los 25.
Si el país se juega su futuro en estas elecciones, los talibanes también. Todos los datos mencionados valen, sensu contrario, para explicar que estos radicales islámicos hayan realizado su mayor esfuerzo terrorista desde que fueron confinados a la clandestinidad. Sus ataques han sesgado vidas en las campañas de los principales candidatos y casi se cobran la de uno de ellos. Amenazaron con cortar las manos de los que acudan a las urnas, y prometieron bombardear éstas y a todos los que las sirvieran. Su fuerza está considerablemente menguada y están divididos en facciones, muchas de las cuales se escapan al control del liderazgo residente en Pakistán, pero todavía conservan una importante capacidad de intimidación en el este montañoso y en el sur pastún, la etnia más numerosa que les sirve de base. Han perdido, sin embargo, a tiro limpio, sus bastiones meridionales de Kandahar y Helmand. Su objetivo era deslegitimar los resultados impidiendo una participación alta. La cuestión es hasta qué punto lo habrán conseguido en esas zonas donde todavía se atrincheran.
Frente a ello, es democráticamente emotivo el entusiasmo mostrado por la mayoría de los afganos. Los observadores aseguran que es todavía superior al de las primeras elecciones dignas de tal nombre en 2004. Las actuales tienen la excepcionalidad de ser las primeras en la historia del país en las que se realizaría una transmisión regular de poderes. Nadie esperaba que fueran de una impecable limpieza.
La cuestión aquí es hasta dónde puede llegar el fraude y en qué medida el rechazo de los perdedores las echará a pique. Motivos no les faltarán, pero ninguno de los que proteste estará tan libre de pecado como para arrojar la primera piedra. Todos pueden protestar, hasta el mejor situado, porque le faltarán votos para llegar a la mayoría absoluta que se requiera para salir elegido en la primera vuelta. Concurrían ocho, pero tres, todos ellos ex ministros de Karzai, están claramente a la cabeza. Imposible predecir quién mejor, pero la segunda vuelta entre los dos con más votos reconocidos resultará inexcusable. El recuento será largo y sometido a numerosas presiones. No se puede esperar los primeros resultados parciales hasta dentro, por lo menos, de una semana. La segunda vuelta, sabe Dios.
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