Política

Manuel Coma

Un país por los suelos

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Hugo Chávez siempre consiguió que la comunidad internacional diera por buenos los resultados de sus elecciones, lo cual proporcionaba a sus defensores totalitarios –a quienes la democracia que llaman burguesa se les da una higa– el argumento de que el régimen era un dechado de virtudes democráticas. Afinando un poco más, se dice que las campañas están totalmente viciadas a favor del poder, mediante todo tipo de restricciones legales y coacciones contra la oposición, pero que los votos no se falsifican. Puede que no mucho, porque el desmesurado Chávez siempre tuvo la comedida astucia de no incurrir en las desvergüenzas dictatoriales de las victorias abrumadoras, pero es del todo increíble que haya puesto tan gran énfasis –aquí, sí, sin el más mínimo pudor– en apoderarse de todas las instituciones que organizan, dirigen y controlan las elecciones, para que luego ninguno de sus partidarios, en absoluto conocidos por su alergia a los abusos y trampas, dejen de aprovecharse de la situación. Su mayor margen fue en los pasados comicios presidenciales de 7 de octubre, en las que ganó oficialmente por el 11%.

¿Qué pensar de las que el 14 de abril se celebraron tras su muerte, oficial, el 5 de febrero? La campaña, de sólo diez días, para impedir organizarse a los contrarios, ha sido la más violenta contra la oposición de los 14 años de historia del chavismo, violencia que, más que nunca, se extendió al acto de la votación, con varios muertos. Maduro, ese burdo remedo del esperpéntico Chávez, a quien trata de dejar corto en histrionismo, lo ha tenido crudo para alzarse con una ventaja de 1,8% (270.000 votos) e instalarse inmediatamente en el poder, negándose rotundamente a un recuento fiable. Sus pretensiones desafían toda credulidad, y la continuada serie de soeces exabruptos que no cesan de proferirse a diario a todos los niveles, empezando por la presidencia del Estado y la del Parlamento, no hacen más que confirmar el escepticismo respecto a la limpieza de las elecciones. El matonismo, las arbitrariedades e intimidaciones dejan claro que los intentos de la oposición por llegar al fondo de la verdad están condenados al más absoluto fracaso. Desde luego los chavistas no van a dejar que los remordimientos los reconcoman, pero una mayoría de venezolanos sabe el respeto que sus votos han merecido y a la «comunidad internacional» se le han caído algunas escamas de los ojos.

Aunque en las elecciones, como en las guerras, se trata siempre de ganar, también hay batallas pírricas que conviene eludir. La Venezuela que hubiera heredado Capriles se encuentra en caída libre y cualquier receta para sacarla del hoyo es de aplicación larga y penosa. La de los chavistas es mucho peor, pero la responsabilidad será suya.