M. Hernández Sánchez-Barba

Un pueblo antiguo

La primera noticia acerca del pueblo vasco, en cuanto dato de asentamiento entre la ladera pirenaica occidental y el océano, la proporciona Estrabón (c. 64 a. C.-24 d. C.) hacia el año 7 d. C. en su «Geographia», obra en diecisiete volúmenes en la que una tercera parte está dedicada a España, si bien principalmente se refiere con mayor extensión al sur de España y la costa interior del Mediterráneo, mientras que el norte cantábrico y pirenaico lo trata con brevedad, pues además son tierras que él no visitó personalmente, inspirándose –aunque sin citarlas– en obras, hoy perdidas, de Posidonio (c. 135 a.C.-50 a.C.) y del geógrafo griego Artemidoro de Éfeso (c. 100 a. C.).

Desde el primer momento surge un inmediato problema científico. Este pueblo aislado pervive desde la Edad de Piedra, desde el Neolítico (4000 a. C.), e incluso desde el Paleolítico (9000 a. C.), que concluye con la Edad de los Metales. Permanece, como un islote, en un océano de pueblos nuevos, producto de las migraciones europeas de la Edad del Bronce (2500-1500 a. C.). No es, desde luego, un pueblo indoeuropeo –hay otros que tampoco lo son: húngaro, finlandés, estonio, que sí han asimilado rasgos antropológica y culturalmente– hasta la ocupación romana. Estrabón los ha denominado con el nombre de «vasconios», sin duda procedente del nombre que los vascos se dan a sí mismos de los Euskaldunak. Posteriores autores como Pomponio Mela, en «De Corographia» (45 d. C.), se refiere a un pueblo «várdulo»; Claudio Ptolomeo en «Geographia» (escrita en el Alto Egipto el siglo II d. C.) habla de otros pueblos como los «autrigones», situados entre los puntos donde más adelante se levantarían Santander y Bilbao y muy particularmente en el Valle de Mena, «casistios», e insiste en los «várdulos».

Sin duda, la región de asentamiento actual del pueblo vasco fue romanizada en el primer cuarto del siglo I (a. C.), en el que el historiador Plutarco alumbra con su poderoso foco histórico y proporciona un dato acerca de la sucesión de luchas sociales romanas en la España de la época. Cayo Mario, expone Plutarco, es propietario de numerosos esclavos «vasconios». Debe tenerse en cuenta que la conquista sistemática de España por Roma ofrece una primera etapa, formando parte de la lucha contra los cartagineses de los Barcida, cuya atracción radica de modo particular en la explotación minera, que con rendimientos muy importantes había puesto de relieve Aníbal, de modo que la asimilación de la cultura romana por los iberos primero fue por los «turdetanos» y luego por otros pueblos. La riqueza de metales en España compuso una idea de anexión como remate obligado de la guerra contra los cartagineses. Una vez destruida Cartago, iniciaron la conquista sistemática de España. Con la conquista de Tarraco, la iniciación de la conquista, muy pronto se convencieron de que era mucho más fácil vencer a Cartago que someter a los españoles, que ofrecieron dos siglos de resistencia, con continuas rebeliones, para que Roma pudiese considerar enteramente sometida a Hispania.

Cuando Pompeyo fundó la colonia romana de Pompeiopolis (c. 77 a. C.), se fundaron otras como Calagurris (Calahorra), Oiasuna (Oyarzun), en Oeasso (Guipúzcoa) una colonia romana de nueva planta, o Lapurdum (donde posteriormente se fundó Bayona). Pero ninguna de las colonias romanas en las regiones vascas tuvo un tamaño considerable y, por supuesto, ninguna que pudiese compararse a Caesaraugusta (Zaragoza), principal ciudad del Valle del Ebro. Debe comprenderse que la presencia romana en la zona se produjo en los primeros años del siglo I (a. C.).

Determinar la extrema antigüedad de este pueblo antiguo se ha procurado antropológicamente mediante el análisis de grupos sanguíneos. El lenguaje ha sido la herramienta más adecuada para abordar la identidad y los orígenes de los vascos. Pero no existen documentos antiguos en lengua vasca y de finales de la Edad Media el primer texto disponible no aporta nada que con certeza científica permita ilustrar la peculiaridad de la lengua vasca, sobre la que abundan las teorías, sin que ninguna haya conseguido un acuerdo suficiente entre los investigadores. La única concordancia es que el vasco no es una lengua indoeuropea y, en consecuencia, es un caso único en Europa occidental. Sus estructuras sociales y económicas habían sufrido una considerable transformación, aunque algunos aspectos de la vida rural permanecían en situación de inalterabilidad.

La «ratio histórica», pues, de este pueblo es de antigüedad; anterior a los pueblos indoeuropeos, a los que lograron sobrevivir, resistiendo a la asimilación cultural, conservando su lengua, a lo cual deben únicamente su propia identidad.