Joaquín Marco

Venezuela dividida

Los ojos de la Unión Europea y de todo el mundo occidental están a estas alturas atentos a lo que sucede en Crimea, en Kiev y en las cancillerías. Incluso el conflicto sirio ha pasado a un tercer plano. Son los intereses de los medios y las veleidades de la actualidad. Los conflictos africanos, por ejemplo, carecen del relieve suficiente y pasan pronto a los rincones de las páginas interiores de la Prensa o ni siquiera son atendidos por las cadenas televisivas. Venezuela ha merecido cierta atención, pero las noticias que llegan de aquellos parajes están ahora sepultadas por los Carnavales y por un Nicolás Maduro, elegido democráticamente, que utiliza, con la oposición dividida, un constante tira y afloja. El pasado 5 de marzo fue la conmemoración del primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez, el anterior presidente que con su política dividió al país. Hubo grandes fastos civiles y militares, pero al día siguiente los estudiantes anunciaban de nuevo una gran manifestación en Caracas. Maduro no posee el carisma del anterior presidente, ni siquiera cuando en sueños se le aparece en forma de pajarito y le silba una melodía que él se atreve a contestar. La letra está muy clara: no separarse un ápice de la política que trazó con mano firme y con una oposición más debilitada. Las crisis se suceden. Los estudiantes llenan las calles, pero no defienden a ninguno de los bandos opositores. Desde el día 18 de febrero uno de los líderes de un movimiento fraccionado, Leopoldo López, está bajo arresto en un calabozo militar acusado de intentar un «golpe de estado suave».

El modelo cubano, al que se aproxima Venezuela, no parece muy válido cuando se ve obligado a reprimir a los medios de comunicación, cerrándolos o encarcelando periodistas que muestran su disconformidad con el estado de una nación rica en petróleo y en productos naturales, aunque hoy sumida en la carestía de alimentos, cuya población sufre toda suerte de privaciones, una desbocada inflación y uno de los más altos grados de violencia en América Latina. La mitad de los venezolanos están en contra de Maduro, que ya alcanzó su victoria electoral superando a Hernique Capriles por menos del 2%. Gobernador del estado de Miranda utiliza Twitter para lanzar sus mensajes en los que acusa al gobierno de mentir. Pero su figura se ha visto muy mermada tras perder las elecciones de abril de 2013. Se dice que la clase media venezolana es el grupo social que no coincide con las medidas del Gobierno, pero la clase media alta y media no constituye el 50% de la población. Se encuentra muy por debajo. Maduro cuenta, pues, con organizaciones que le son afines y que ocupan otros espectros. Lorenzo Mendoza, presidente del Grupo Polar, la mayor empresa de producción y distribución de alimentos básicos, le propuso al Gobierno doce medidas para solucionar el problema del desabastecimiento. La oposición entendió la propuesta como un acto para ofrecer oxígeno a un régimen que lleva más de quince años en el poder. Una gran parte de la juventud, mayoritaria en el país, no conoce otro sistema que el chavista. La táctica de Leopoldo López es la de la movilización callejera; la de Capriles vencer con un frente unido en las próximas elecciones. Pero la táctica de las grandes manifestaciones no es suficiente. En este sentido, las diferencias entre el régimen de Kiev y el de Maduro son abismales. No parece factible que el ejército venezolano, que recibe las mayores prebendas, se decida a dar un golpe de estado que sustituya al poder civil. El presidente, por otra parte, acepta toda suerte de diálogo: con los estudiantes, con las fuerzas opositoras, con las confesiones religiosas, los intelectuales o los empresarios. Pero la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) rechazó la propuesta de un encuentro.

En la próxima reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) se tratará del tema venezolano. Pero buena parte de cuantos países se consideran de izquierda apoyarán la legitimidad del régimen, aunque cuestionen los sistemas represivos que se utilizan. La oposición hará servir los argumentos de las detenciones de estudiantes y opositores y sus posibles torturas, así como la desaforada violencia que ha llevado a debilitar en gran medida la presencia turística en el país. Juan Maragall, Consejero de educación del estado de Miranda apunta muy gráficamente: «Hace diez años todos teníamos a un amigo que había sido robado. Hace tres, todos tuvimos un amigo que había sido secuestrado. Hoy todos tenemos un conocido que ha sido asesinado. No hay quien lo soporte. La policía es inoperante. La impunidad alcanza al 80% de los delitos. La Justicia es un descalabro. Las mafias controlan las cárceles. La juventud lo tiene muy complicado. Hay 800.000 adolescentes fuera de la escuela, sin proyecto de vida, con muchas posibilidades de acabar delinquiendo. El chavismo bajo el ala de la revolución, nos ha llevado a esta inseguridad». Tal vez la visión esté ligeramente deformada por el partidismo, pero no deja de ser una percepción de quien ejerce un alto cargo de poder en su país. El disparatado mecanismo político convierte en rehén a la población. No podrá mantener el nivel de presión en las calles indefinidamente. Los poderes están en manos de Maduro. También la justicia. El régimen se ha infiltrado en las zonas rurales, aquel llano venezolano en el que dominaba a comienzos del pasado siglo la figura de Doña Bárbara, que parece mantenerse por sus fueros. La violencia es mala consejera. Y la debilidad de la oposición procede de su falta de unidad. ¿Qué hacer en Venezuela? Trabajar para, a corto plazo, mejorar las condiciones de vida y esforzarse en conseguir una unidad de las fuerzas opositoras que permitan una transición pacífica. Paz, recomienda Capriles. De ella deben surgir los frutos de una renovación democrática.