Alfonso Ussía

Venta normalísima

La gente está loca o es muy envidiosa. Se ha escandalizado por una operación financiera perfectamente legal y normal y el juez Ruz la está investigando. Vamos a centrarnos. El matrimonio Pujol Ferrusola tiene un primogénito que se llama Jordi Pujol Ferrusola. Éste, a su vez, contrajo sagradas nupcias con una bella mujer de la burguesía barcelonesa que responde al nombre de Mercé y de apellido Gironés. La joven y abnegada pareja poseía dos solares en Palamós cuyo valor catastral conjunto era de novecientos euros. Sí, novecientos. Un nueve y dos ceros. Entonces llegó una empresa de aglomerados de Gerona, «Aglomerats Girona», y les compró lo que valía novecientos euros por cuatro millones ochocientos mil euros. Una buena venta, en mi humilde opinión. Mejor aún que la operación financiera llevada a cabo por mi viejo amigo Joaquín Giménez Arnau con un guacamayo –«arará arará»–, que se trajo de Brasil cuando su padre, José Antonio Giménez Arnau era embajador de España en Río de Janeiro. Se trataba de un precioso papagayo azul y amarillo que se le antojó. Pero en Madrid un papagayo es un engorro. Y para colmo, el papagayo era un cabrón que mordía con su enorme y curvado pico a todo el que se le acercara con mimos y carantoñas. El poeta Rafael Trenor fue víctima de su más contundente agresión y tuvo que ser hospitalizado. Aquel papagayo era un inconveniente, un lórido inútil, un personaje muy antipático. Y como Joaquín es un tipo inteligente y hábil, en una cena en la que coincidió con la esposa del constructor José Banús, hizo un poético elogio del papagayo, insistiendo en que de todas las especies de guacamayos, el más valioso, listo, cariñoso y en peligro de extinción, era el guacamayo azul y amarillo. Y la señora de Banús, emocionada, se lo adquirió al día siguiente por 50.000 pesetas de las de entonces, que nos pulimos Joaquín y sus amigos en unas cuantas cenas de rumbo y alto tronío. Para mí, la operación financiera más brillante conocida hasta hoy.

Ha sido superada. Es más; ha sido ampliamente superada.

Ignoro el nivel de inteligencia del máximo responsable de los «Aglomerats Girona». Soltar casi cinco millones de euros por unos solares valorados en novecientos euros, le impide acceder a la relación de empresarios con posibilidades de ser designado «Empresario del Año». Otra cosa es que le debiera algún favorcillo especial al padre o a la madre del joven Pujol, y decidiera devolverlo en un benéfico cheque para sus hijos. No obstante, por mucho que lo intento, no veo delito por parte del contratista responsable de «Aglomerats Girona». La libertad también ampara a quien gusta de derrochar su dinero. En el caso que nos ocupa y preocupa, más que derroche es una estupidez. Puede ser un acto constitutivo de delito si previamente, «Aglomerats Girona» hubiese sido agraciada con favores políticos por parte de Pujol, su esposa o el Gobierno de la Generalidad de Cataluña. En ese supuesto, el delito es de fácil demostración. Pero es posibilidad remota, porque la familia Pujol jamás ha estado involucrada en asuntillos de dinero fácil. Los Pujol abominan de la corrupción, y esa firme actitud constatada a través de decenios, es la que ha despistado al juez Ruz, que por otra parte y sin que tenga nada que ver en el asunto, es lebaniego.

Sucede que extraña tanta lentitud en averiguar los intríngulis del caso. Me hacen sospechar pequeños detallles que pueden ser considerados agravios comparativos. Estoy de acuerdo con el juez Ruz en sus esfuerzos por abrir todas las ventanas del «Caso Bárcenas». No conozco a Bárcenas y como ciudadano tengo motivos suficientes para desconfiar plenamente de su honestidad. De la de él y de la de muchos de su partido. Pero temo asimismo que si todo lo que ha hecho Bárcenas al margen de la ley y como tesorero del Partido Popular con sede en Madrid, lo hubiera llevado a cabo en Barcelona y en un partido nacionalista, quizá el juez Ruz habría decretado ya su libertad condicional y con alta fianza para evitar el riesgo de fuga. Creo que la Justicia, o la Política que sobrevuela la Justicia, o el Gobierno de España que nadie sabe a ciencia cierta en qué piensa y a qué se dedica, pueden estar condicionados por el temor que les produce cualquier acción que el separatismo catalán estime favorable para denunciar la terrible persecución de «Madrit» con el fin de impedir sus propósitos independentistas. Y en «Madrit», políticos, jueces y demás representantes del Estado cumplen diariamente con su situación de permanente estercolamiento.

Porque si alguien paga a la mujer de un hijo de los Pujol cinco millones de euros por algo que vale novecientos, es para investigar. Pero con más celeridad que la aplicada por el juez Ruz, al que respeto y admiro.

Vaya, vaya, vaya.