Terrorismo yihadista

Ver y mirar

La Razón
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Asistimos estos días a un interesante debate que consiste en divulgar las imágenes de lo ocurrido en Niza o no hacerlo. Observar una y otra vez la sucesión de gritos, de pavor, de horror, de miedo. Contemplar los resultados de la embestida del camión, recrear con los testigos lo que fueron aquellos minutos terribles. Se plantea el mundo occidental si tanta información no será contraproducente, si tanta realidad no acabará convirtiéndose en una fabulosa campaña de márketing al servicio del Estado Islámico. Una imagen es la más poderosa de las armas, capaz de convencer al planeta e implicarle en algo que consideraba lejano antes justo de una foto o de veinte segundos de escena. Cada medio de comunicación tiene sus reglas y depende de sus directivos y de los gestores de la información que estén al frente de sus decisiones editoriales optar al respecto. No hay un criterio unívoco, apenas se llevan ya los libros de estilo. Entendiendo los recelos de los que opinan que también la reiteración es un instrumento de propaganda, aunque lo fundamental y único es preservar la dignidad de las víctimas. Las imágenes de sus cuerpos inertes no aportan más que sufrimiento a sus familias. Pero enseñar el miedo no creo que sea innecesario, porque hay que darles pruebas del espanto también a los que dudan, a aquellos que, desde la otra parte del mundo, asisten a los datos como si no fuera con ellos, a los que consideran que siempre hay que dudar de los voceros oficiales, a los que especulan con conspiraciones perversas. Cuesta más trabajo contemplar el dolor que la muerte. El dolor se nos atraganta, se nos hace bola, se queda en la garganta y te deja sabor a metal. Y sobre todo, nos invita también a reflexionar sobre qué nos está pasando. Europa es un polvorín, un continente donde se están abriendo grietas a cada instante y no nos dimos cuenta, quizá porque estábamos en esa fiesta interminable de la azotea de Jep Gambardella en «La gran belleza».