Luis Alejandre
Victoria de Colombia
No. No me refiero a un resultado del Mundial de Fútbol que se celebra en Brasil.
Victoria de Colombia, del pueblo de Colombia, tras unas reñidas –a veces agrias– elecciones presidenciales, que una vez decididas han encontrado una necesaria calma. Creo sinceramente que han ganado todos, tras una primera vuelta en la que el candidato uribista Óscar Zuluaga obtuvo 3,7 millones de votos y el presidente en ejercicio Santos sólo 3,3. Quedaba por saber el destino de los otros cinco millones de votos que habían obtenido los otros tres candidatos: el Partido Conservador de Martha Lucía Ramírez (2 millones), Polo Democrático de Clara López (otros dos) y los Verdes de Enrique Peñalosa, con algo más de uno. Quedaba también la incógnita de la abstención. Saber si en una segunda vuelta la participación sería mayor.
El resultado, como saben, es que el Presidente Santos ha sido reelegido. En una primera lectura esto puede representar la continuidad del proceso de paz iniciado con las FARC en Oslo y continuado en La Habana, al que seguramente se añadirá el ELN. Pero en un lectura más atenta, la reelección debe asumir ciertos mensajes, que las urnas han detectado: no se pueden traspasar ciertas líneas rojas con movimientos que han causado dolor y muerte durante cuatro décadas por mucho que acusen a los sucesivos gobiernos colombianos de haber ejercido un terrorismo de Estado. Ningún gobierno manda a sus soldados y policías a combatir en la selva si no hay una causa que lo obligue. Que luego los métodos de lucha se contaminen y se cometan errores, es otra cosa. Pero por hacer deporte o por entretener a las tropas, ningún gobierno democrático –y Colombia nunca ha perdido esta condición a pesar de las crisis que ha atravesado– las manda a luchar contra un grupo de compatriotas. Digo compatriotas porque las FARC, ciertamente, nunca han adjurado de su patria ni de su bandera, algo infrecuente entre este tipo de movimientos revolucionarios. Algo es algo.
Pero el mensaje más importante está referido a las necesarias reformas sociales y estructurales que el país necesita. Este es el gran reto de Santos, cuyo mayor enemigo han sido los tiempos. El proceso de La Habana debía haberse cerrado en un año y lleva dos con solo la mitad de la agenda abordada; un ambicioso plan de carretas y autopistas, vital para el desarrollo de la economía del país, está solo en fase de licitación. La seguridad ciudadana es un problema del día a día que necesita soluciones prontas. Y, claro, la inseguridad está asociada a las cifras de paro, a los desequilibrios económicos, al clima crispado y armado que vive el país desde hace décadas. Es quizás el mayor reto: alcanzar una paz social en la calle. Pero este tema no es sólo el presidente Santos, es de todo el tejido social colombiano.
Pasada la tormenta han llegado las declaraciones responsables: «en cuatro años espero que ninguno de los que depositó su voto en mí, esté arrepentido» (Santos); «envío un saludo respetuoso a los ciudadanos que han votado por Santos; Colombia debe salir fortalecida en su democracia y en su libertad» (Zuluaga).
Es pronto para obtener conclusiones.
No puedo saber si el clima en La Habana será distinto. Si habrá cambio de negociadores o si se leerán en voz alta las tesis esgrimidas por Zuluaga en la campaña presidencial y que atrajeron a 3,7 millones de colombianos. Si los votos supuestamente «añadidos» a la candidatura de Santos por el Polo Democrático de Clara López (dos millones teóricamente) y el millón de los Verdes se traducirán en un giro de las políticas sociales del Gobierno.
Todo debe asumirlo el presidente electo. En cuanto pase el cansancio de la campaña, en cuanto se supere el susto de la incertidumbre, en cuanto pasen los boatos de la victoria, quedan cuatro años de dura faena ante una sociedad expectante y exigente. No tendrá Santos una nueva oportunidad por mandato constitucional. Es su tiempo. Experiencia tiene y cuenta con potentes resortes del estado: una Fuerzas Militares eficaces y disciplinadas como nunca había tenido el país; un sistema económico y financiero en alza; un pueblo trabajador y sufrido, que además es un pueblo alegre y vital.
Solo necesita que sus clases dirigentes sean consecuentes. Que no piensen que una vez elegidos su responsabilidad se extingue. Colombia puede dar un gran paso en estos años y no sólo como reacción interna sino también como estímulo, como ejemplo para otros países del cono sur. Las alternativas a su modelo democrático están demasiado cerca para que los colombianos tengan tentaciones de cambio.
La victoria, sus consecuencias y responsabilidades, debe ser de todos. Por supuesto del presidente al que democráticamente han elegido.
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