José María Marco
Violencia política
La salida de los etarras de la cárcel tras la sentencia del Tribunal de Estrasburgo es injusta, pero legal. Nunca sabremos ya si era posible aplicar otra interpretación de la ley. De ahí a poner en duda el conjunto de sistema constitucional e imaginar una conjura transversal destinada a promulgar una suerte de amnistía general va un trecho que no debería ser salvado con demasiada facilidad.
Si de algo tienen que servir estos hechos lamentables es para intentar reforzar un Estado de Derecho que impida su repetición. Por eso es bueno recordar, una vez más, el origen de las excarcelaciones actuales. No es otro que la negativa del Gobierno socialista a reformar el Código Penal hasta 1995, veinte años después del inicio de la Transición. Tras esta actitud estuvo la disposición a la negociación con los terroristas, que se habría visto dificultada si las penas hubieran sido más largas, y no digamos si se hubiera establecido su cumplimiento íntegro, una propuesta tabú para socialistas y nacionalistas. Tampoco habría estado de más que los llamados beneficios penitenciarios se hubieran aplicado con algo más de rigor.
Más allá de todo esto, también hubo una actitud compartida por muchos españoles y que hoy resulta difícil de entender. Yo asistí por primera vez a una manifestación antiterrorista el año 1983 o 1984, no consigo recordarlo. De lo que sí me acuerdo es que cuando comenté que pensaba acudir a manifestarme, unos cuantos colegas me hicieron observar que lo iba a hacer con la extrema derecha. Lo peor, sin embargo, no es eso. Lo peor es cómo ni yo mismo ni nadie a mi alrededor sentía la menor necesidad de hacer pública su indignación ante los asesinatos casi diarios que vivíamos a principios de los ochenta. Que sean las víctimas del terrorismo las que vuelvan a pagar todo este cúmulo de despropósitos y de cobardías hace doblemente dolorosa la excarcelación de los asesinos etarras. Y debería llevar, no a volver a apartar a las víctimas o a intentar acallar su indignación, sino a colocarlas en el centro de la realidad política, de la que encarnan el punto más sensible, el más delicado, aquel del que no podemos apartarnos sin traicionarnos a nosotros mismos. Nadie mejor que las víctimas del terrorismo nos recordará que la violencia no puede ser objeto de rentabilidad política, y que los sistemas democráticos y liberales requieren, para serlo, estar construidos sobre consensos que cierren las puertas al uso político de la violencia. Se ve que seguimos teniendo mucho que aprender.
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