Visita tardía y fugaz

La presencia del presidente de Estados Unidos en España ha sido muy corta, aunque había motivos que justificaron que se acortara, y se ha demorado en el tiempo, coincidiendo, en muy buena medida, con el fin del mandato del presidente Obama. España no ocupa un lugar central en la política exterior norteamericana y ello es así, con independencia de las posiciones políticas que hayan mantenido unos u otros gobiernos españoles. Las relaciones comerciales son muy buenas y en materia de seguridad y defensa los vínculos hispano-norteamericanos son excelentes. El marco de relación entre ambos países es pragmático y no hay especiales concesiones de las autoridades norteamericanos hacia nuestro país. Se equivocan quienes piensan que tenemos una posición singular y quienes afirman que somos aliados muy sólidos para Estados Unidos. La irrelevancia de España en la política exterior norteamericana es patente y no obtenemos beneficios significativos por mantener unas relaciones económicas que benefician a ambas partes ni existe, en modo alguno, un vínculo afectivo en las relaciones mutuas. Pero nada de ello debe preocupar a las autoridades españolas, Desde hace tiempo, EE UU lleva a cabo una política exterior errática, propia de los anglosajones, que comparte con Reino Unido, país con el que, con toda seguridad, mantiene unas relaciones muy estrechas en todas las dimensiones. El aislamiento de la primera potencia mundial es una de las características que definen, en la actualidad, a la política estadounidense, que, a duras penas, el presidente Obama ha intentado remontar con muy poco éxito. Estados Unidos es un buen socio comercial pero un aliado incómodo para la mayoría de los países del planeta. Su apoyo a Reino Unido ha debilitado sus posiciones en Europa y sus errores en América Latina le han llevado a una situación de insignificancia en ese entorno. Las cosas no mejorarán si, finalmente, triunfa el nacionalismo más rancio de Donald Trump o sus creencias.