Cástor Díaz Barrado
Viva «la France»
Los tópicos no siempre se cumplen y la histórica enemistad entre vecinos no es aplicable, por lo menos, a las relaciones entre Francia y España. Desde hace bastante tiempo sólo recibimos buenas noticias y parabienes desde París, con independencia de los dirigentes que ocupen el Palacio del Elíseo. Cuánto tenemos que aprender los españoles de los franceses y cuánto tenemos que olvidar y alejarnos de los británicos. Ahora que el inglés se ha convertido en la lengua común –eso sí, por el influjo y el poder de Estados Unidos, no se vayan a pensar los ingleses que es por sus propios méritos–, no viene mal, aunque sea como un brindis al sol, reivindicar la cultura y el modo de hacer de los franceses. Francia admira a sus grandes hombres y reconoce sus virtudes y conserva una cultura común enriquecida por la diversidad y la discrepancia. El último regalo que nos han hecho los franceses a los españoles ha sido la postura expresada por el ministro galo de Asuntos Exteriores, Fabius, para quien la cuestión de Cataluña es un asunto interno español. Todavía más, Michel Barnier, comisario europeo –qué casualidad que sea francés– ha afirmado que es fácil entender que Cataluña no puede ser miembro de la Unión Europea si abandona España. Pero si es de sentido común. Y este sentido sí que es propio de los franceses. Seguro que el respeto a la lengua catalana, necesario e imprescindible, no supondría en Francia el desprecio y el olvido de la lengua francesa, como sucede en España con el español. Los españoles necesitamos, como Machado, gotas de sangre jacobina, aunque nuestro discurso brote de manantial sereno. Nuestra política exterior debe apoyar más que nunca las posiciones francesas y habrá que fijar la sede de las instituciones económicas de Europa en París. Eso es garantía de éxito para los españoles. Potenciar Francia es fortalecer Europa y reconocer la labor de un país que, aunque tiene un fuerte sentido nacional, no ha optado por la vía de los nacionalismos. Sólo el avance de la ultraderecha francesa podría desmentir esta afirmación. París debería ser la capital política de Europa. Ahora que Angela Merkel se consolida como líder en Alemania, hay que apostar más que nunca por nuestros vecinos franceses. No nos conviene que Berlín gobierne en el conjunto de Europa. Reconozco que no es difícil estar en desacuerdo con lo que digo, y acepto, por ello, que me tilden de afrancesado, pero pido no tener el mismo destino, en toda su intensidad, que mi paisano el denostado Manuel Godoy, aunque París es un buen lugar para el retiro.
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