Alfonso Merlos

¡Viva la impunidad!

¿En qué hemos avanzado en la lucha contra ETA? En casi nada. ¿En qué hemos retrocedido? En algo. ¿En qué no ha variado la situación, o sea, el combate? En casi todo. Es obvio, es un planteamiento viejo y es la verdad: la batalla contra el terror no pasa únicamente por perseguir, detener, poner a disposición de los tribunales, juzgar y condenar a quienes aprietan el gatillo para asesinar a sangre fría.

¿Qué pasa con la propaganda? ¿Qué hay de los episodios sistemáticos para justificar, ensalzar o explicar de forma inhumana y bárbara el tiro en la nuca o la bomba lapa? Lo que pasa y lo que hay, como en esta ocasión, es que quedan impunes. Porque se mira para otro lado o se menoscaba su importancia. O porque hay ingenuos, sectarios o ignorantes que entienden que España se ha librado definitivamente de una lacra y unos verdugos que no han dejado de amenazar y extorsionar durante medio siglo.

Digámoslo sin pelos en la lengua. Con Bildu o sin estos palanganeros del crimen, con Sortu o sin estos alguaciles de la delincuencia, la sociedad vasca no ha hecho la transición desde un régimen de opresión a otro de libertades. Hay complejos, miedo, cobardía a sentenciar –alto y claro– que no hay ninguna obra artística cuyo objetivo deba ser argumentar vilmente el sufrimiento de quienes han caído defendiendo una sociedad abierta.

Los que se encapuchan y se esconden y mantienen a buen recaudo sus pistolas y su metralla y sus placas dobladas no necesitan más abogados que los miserables que los representan en la Audiencia Nacional. Si para presentar alegatos proetarras ha quedado el Festival de Cine de San Sebastián, el certamen no merece sino el más estruendoso, firme y hondo de nuestros desprecios. No hay más.