Pedro Narváez

Y resulta que la culpa la tiene la Policía

Los bárbaros cruzaron el muro, como en un juego de tronos sólo que a orillas del Manzanares. Vencer o morir. Y se cumplió la profecía del cometa, el rey de los vándalos pagó con su vida la incursión en territorio enemigo. No estaban los ángeles custodios de la Policía sino unos dragones con poesía de calimocho y algo de speed. Pasados de veneno y viendo niños que gatean por el techo como en «Trainspotting». Y aun así el milagro es que no hubiera más muertos que ardan en la pira de la venganza. Hay tantos energúmenos como almas pero mientras haya quien jalee a los hooligans, ya sean del fútbol o de la política se está a una batalla de la sangre. Hoy llamamos escoria a la pandilla basura que se calentó el anís en el Calderón pero la misma marabunta se alza en armas frente al Congreso y las televisiones los retratan como chicos con conciencia social. Puaf. La conciencia es lo que diferencia al hombre del resto de animales así que hasta el avaro señor Burns de los Simpsons la tiene. Déjense ya de frases hechas y buenas intenciones. Hay un puñado de radicales a los que les gusta catar cabezas como melones. Si el «Jimmy» hubiera muerto en una manifestación por la legalización del porro hoy sería un héroe nacional. Pero al final en vez de centrar el tiro en los malos de la película andamos dando collejas a la Policía, que ya son héroes sólo en las películas de Harrison Ford, porque sostienen el sistema que es lo que al cabo vienen a cargarse esos nazis y los antifascistas del carajo. Cuando aparece un policía tras el eco de mis pasos en una de esas madrugadas de dry martini veo al señor de los anillos donde al parecer a otros se les aparecen esposas y grilletes. Estos quijotes de pacotilla, iluminados por los libros de sociología política que son el mal del siglo, no ven que son molinos de viento que soplan a nuestro favor. Lo preocupante no es que lo vean ellos sino que se lo hagan creer al clásico señor de Cuenca.