Crisis en el PSOE

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La Razón
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Pedro Sánchez está muerto y mucho me temo que el PSOE también.

Y los socialistas no han tenido ni la sensatez de disimular, haciéndole un funeral como Dios manda al partido que refundó Felipe González hace 41 años y ha gobernado este país más de la mitad de los años que llevamos en democracia.

Lo de ayer en la sede de Ferraz fue un sainete de vergüenza ajena. Fuera, desde primeras horas de la mañana y vigilados por la Policía para evitar que se liaran a mamporros como los malos hinchas de fútbol, un centenar de exaltados, la mitad de ellos de Podemos, insultando a Susana, Madina, Lambán o Guillermo Fernández Vara.

Dentro, agarrado al puesto como guacamayo a la percha, Pedro Sánchez rodeado por su cuadrilla, maniobrando para seguir de secretario general y repitiendo que lo suyo es formar un Gobierno con 85 diputados, al alimón con marginales, zarrapastrosos e independentistas.

De la reunión del Comité Federal no podía emerger nada bueno, porque las crisis políticas no se resuelven con cerrajeros y securatas, como imagina el pobre César Luena.

Tanto si administrativamente ganaba Pedro Sánchez como si lo hacía Susana Díaz, no tienen a estas alturas otras opciones que la desdicha, la calamidad o la resignación.

La desdicha son unas terceras elecciones en las que el PSOE corre el serio riesgo de bajar al medio centenar de escaños.

La calamidad es meterse del todo en ese lodazal donde les espera Pablo Iglesias, entregándose a Podemos, ERC y compañía a cambio de la ficción de pillar poder. Algo similar, aunque muy ampliado y esta vez irreparable, de lo que fue la estulticia de entregar a sus rivales de la ultraizquierda el gobierno de las principales capitales españolas tras la elecciones municipales y autonómicas del 24-M de 2015.

La resignación, que es lo más probable, será aceptar que perdieron las elecciones, dejar que el detestado Mariano Rajoy sea presidente e intentar, con las orejas gachas, hacer oposición y restaurar el partido.