
Tribuna
Conflictos, conflictos y más conflictos
Hay una guerra que siempre vuelve, con rearme o sin él, con armamento atómico, o con cualquier tipo de armas
Sobre un clima belicista que cada día disimula más, ¿o menos?, la estupidez colectiva, la guerra está presente en toda clase de discursos. Todavía no sabemos si la habrá o no, probablemente sí, porque la experiencia se empeña en que así sea. En Ucrania o en cualquier otro sitio; contra Putin o con Trump; frente a ambos o con ninguno. Lo que parece indisimulable es que el presidente del gobierno nos ha declarado la guerra, al menos a la mitad de los españoles. Descuartiza España; provoca la confrontación de unas partes del país con otras; tritura la Constitución e impone una autocracia, sometiendo las instituciones a su capricho.
Sólo unos cuantos cautivos, de la «congregación del pesebre», le siguen teniendo fe. ¡Qué remedio! Sus virtudes a la vista están. Un día se disfraza de Ney «el valiente entre los valientes» y la ministra de Defensa se mimetiza con su jefe, amenazando y asustando al enemigo. A poco, «el rayo de la guerra» cede ante el empuje de sus compañeros de gobierno, y cambia de discurso y de estética, camuflado de «pobrebuenista». Entonces reaparece la señora de las cosas militares, en un pleno del gobierno, con beatífica sonrisa, y se pone «vestida de azul». En cuestiones bélicas lo más grave es hacer el ridículo y Europa, con la señora von der Leyen y nuestro presidente a la cabeza, vienen realizando, en esta materia, alardes difícilmente superables. ¿Estamos a la puerta de una guerra o a la sombra de otro embeleco?
Organizar y dotar de medios humanos y materiales un Ejército no es cosa de unos días o semanas, incluso meses; menos aún, cuando la sociedad a la que le correspondería hacerlo ha visto borrado todo vestigio de su cultura de defensa. Si pensamos abordar la guerra, con la capacidad de planificación que estamos mostrando, a lo mejor llegamos tarde y nos la ahorramos. Desde luego no será por Pedro que, arropado en el «entusiasmo» de sus socios, nos embarcará finalmente en un rearme con todas las garantías. Entre una sopa de letras, y un souflé de palabras insignificantes, nos ofrecerá una guerra a la carta. Por ejemplo: cuarto y mitad de enfrentamientos navales, o «nabales»; medio kilogramo de confrontación aérea o en el espacio, con catálogo consensuado de armas a emplear, y tres cuartos de kilo de combates en tierra.
Entre los logros de esta nueva Europa autoprotegida, el mayor de los éxitos consistirá, al menos para España, en que los gastos de armamento se cubran con los fondos destinados a la «next generation» o a la cohesión de la Unión Europea, mientras seamos el país con mayor índice de pobreza infantil. ¡Genial!
No perdamos la calma, contengamos el furor de Marte, sabiendo que estas cosas van despacio. Las prisas no son buenas consejeras. Hace algún tiempo, en 1950, se encargó al primer ministro de Francia, René Pleven, la elaboración de un Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea de Defensa, firmado por los seis estados miembros de la CECA, el 27 de mayo de 1952. Apoyado por J. Monnet y R. Schuman, nunca llegó a entrar en vigor.
La democracia, con el menor contenido democrático posible, pone en cartelera estos días una representación completamente desatinada. Sánchez está entregado a su propia contienda contra la libertad. Un día se ocupa de las universidades privadas, ¿quién más competente en esta materia? Otro de lo que queda de la justicia. … y así. Durante las últimas jornadas hemos aprendido que no tendremos historia, sino manipulación sin límites y que el parlamento, por si alguno lo dudaba, no sirve para nada. Ni para parlamentar, ni para algo sustancial en cualquier régimen democrático: aprobar los presupuestos; médula de la historia de todo país.
La degeneración corre también por otra arteria de la actualidad denigrante. Por ahí circulan los asuntos del Conde de L’Etang, especialista en togas enfangadas, que teme sufrir una gran derrota por el mal empleo de su general Fiscal, como le ocurriera a Dupont, en Bailén, con su general Vedel. Otros hacen lo mismo cargando la toga con un exceso se sensibilidad social.
Hay una guerra que siempre vuelve, con rearme o sin él, con armamento atómico, o con cualquier tipo de armas. Hasta con un simple kit de supervivencia, que tanto nos tranquiliza. Eso sí convendría explicar porqué únicamente con provisiones para tres días: agua, minibotiquín, linterna, navaja de tipo avanzado, radio para escuchar los partidos de fútbol. … y, como no, «papeles». Pero, sobre todo, conservando la calma. ¿No sería mejor asegurarnos cuatro o cinco días? ¿O quizás dos, que resultaría más barato? Lo fundamental, en todo caso, seguirá siendo la información, y para eso basta con recurrir a las fuentes más fiables. ¡Oiga! ¿Es el enemigo? … Ya estamos.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España
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