Los puntos sobre las íes

Crispar es robar y abusar del poder

No crispa el que destapa la corrupción, tampoco el que denuncia el asalto a las instituciones

El sanchismo es peleón, fullero y mentiroso, salvo cuando se equivoca. La prueba del nueve la tenemos en ese monotema de la crispación que han logrado colar en la opinión pública, básicamente para intentar silenciar las críticas suscitadas por un caso Koldo que no es sólo el caso Armengol, el caso Torres, el caso Marlaska o el caso Ábalos sino más bien el caso Sánchez. Y también para acallar el cristo padre que se ha montado a cuenta de la Ley de Amnistía y de sus pactos con el socio más estable que tienen, Bildu, es decir, ETA.

Lo peor de todo es que infinidad de políticos de la derechita tontita y una legión de medios caen como pichones en la trampa. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Siempre pensamos que los socialistas eran los más innovadores en técnicas de agitprop, pero no es así. Son los mejores en la materia, por ausencia del rival, pero no se devanan la mollera que digamos. Lo de la crispación es más viejo que la tana. Aunque tenía veintipocos años, lo recuerdo perfectamente. Data de esa legislatura 1993-1996 que se antoja cuasiclónica a la actual con un presidente reteniendo el Gobierno contra pronóstico, protagonizando caso de corrupción tras caso de corrupción y con un imparable caudal de cesiones al nacionalismo para no acabar en la oposición. Y que Felipe González me perdone por compararle con el marido de Begoña Gómez, es como trazar una analogía entre Michael Jordan y el alero del equipo de mi pueblo. El felipismo y sus medios a sueldo, con El País y la Ser de mascarones de proa —¿les suena?—, disparaban a todo aquel que osaba publicar una corruptela sociata y a los que ponían en cuestión la moralidad de «dios», que es como llamaban entre bastidores al presidente. Vamos, lo mismito que ahora, con la sutil diferencia de que Felipe ganó en 1993 y Sánchez perdió en 2023. La legitimidad de González nadie la ponía en tela de juicio, su ética, sí; ahora cualquier ciudadano con un elemental sentido de la decencia cuestiona lo uno y lo otro.

La ética del todavía presidente es nula, igual que su legitimidad, está donde está por regalar una amnistía inequívocamente ilegal y por amarrar los votos del ex capo de ETA Otegi. Me provocan un mix de repugnancia y ternura los comentaristas de estricta obediencia sanchista que censuran al PP «por crispar» el Congreso. Esta banda no ha debido ver una sola sesión del Parlamento en el que nació la primera democracia de la historia: el británico. Allí, el derecho a la crítica es sagrado y a ningún reportero se lo ocurre mentar el palabro «crispación» por miedo a que duden de su condición de demócrata. Y no hablan bajito sino con ímpetu. Claro que cualitativa y cuantitativamente estamos a años luz del nivel intelectual de su clase política y de su libertad de prensa. Al sanchismo y a sus periodistas de cámara hay que puntualizarles sin contemplaciones: no crispa el que destapa la corrupción, tampoco el que denuncia el asalto a las instituciones, menos aún el que alerta del abuso de poder; crispa el que hace negocio con la pandemia cuando morían 1.000 personas diarias, el que se va de putas y plantea la ilegalización de la prostitución, el que se asocia con etarras, el que invade empresas privadas y el que quiere cargarse ese elemento consustancial a una democracia que es la separación de poderes. Que se dejen de chorradas, de propaganda barata y de insultar a nuestra inteligencia. Que ya somos mayorcitos.