El buen salvaje

El Cristo de Salustiano

Los que han decidido borrarlo a última hora cargan con el pecado de la inutilidad: la imagen ha volado por las redes durante semanas

Han retirado de los programas de Sevilla la polémica figura del Cristo de Salustiano García por «afeminado». Estos van más despacio que el gabinete de comunicación de Kate Middleton. A ver, ayer era Martes Santo. Estamos a punto de resucitar, todo el mundo mira al cielo, y ya a nadie le importa si el Cristo es «afeminado», como documentan no sé con qué pruebas, o un machirulo a lo Maciste, que también era como gay tipo los 300. Estamos en otra pantalla. Se han hecho tantos chistes, se han publicado tantos memes, que el Cristo ya se ha hecho popular como cualquier paso de palio, que también tiene algo de afeminado, o algunos que según manda la tradición aún visten a las Vírgenes con más pluma que los «armaos» de la Macarena.

El Cristo ha perdido su acento LGTBI para hacerse por la costumbre un Señor sin etiquetas en el paisaje. Un asexuado, que se lleva ahora. Algunos quieren volver a ejecutar, fuera de plazo, al Salvador por llevar la manita un poquito más levantada y el pectoral como un efebo entre Caravaggio y Las Costus, que eran creyentes en lo suyo. He decidido que creo, yo también que siento al Altísimo apenas una semana en primavera, en el Cristo de Salustiano. Me gusta más cuanto más perseguido se siente, pues hay que estar con los que sufren el calvario de la censura y el bullying de la sentencia vulgar y paletilla de jamón.

Hoy, cuando se confunden la lluvia y las lágrimas, se cantan saetas en silencio. Hay un murmullo que se agrieta entre la cera y el viento de poniente. Todos los Cristos son el mismo Cristo. Incluido el de Salustiano, al que ahora no se puede rezar sin ser excomulgado. Me arrepiento de pensar lo mismo cuando lo vi por primera vez y me alegra de ver la luz, al fin, del desvalido. Los que han decidido borrarlo a última hora cargan con el pecado de la inutilidad: la imagen ha volado por las redes durante semanas y se les ha ido de las manos. El Cristo debió, si acaso, guardarse en secreto, como un beso sagrado, pero una vez destapado solo quedaba guardarle respeto.