
Tribuna
Cuatro semanas especiales
El vendedor de humo, y de España en parcelas, sólo puede hacerlo con la complicidad imbécil de una ciudadanía aborregada

Tres de ellas forman parte del habitual calendario de celebraciones religiosas, en nuestro país: la de Pasión, la Semana Santa y la de Pascua. La cuarta, la del «Apagón», es un obsequio gubernamental añadido, acaso para enlazar con el puente. Las dos primeras están marcadas por un día del más intenso sufrimiento, y otro de gloria: Viernes de Dolores y Domingo de Ramos, la de Pasión; Viernes Santo y Domingo de Resurrección, la de Pascua. Este tiempo pascual, con Cristo como epicentro, nos ha ofrecido, una vez más, el supremo legado de su Muerte y Resurrección. También dos asuntos sobre los que convendría reflexionar: la proclamación de la Verdad, y el abandono de sus seguidores en la hora decisiva.
Ambos durante su juicio ante Pilatos. Sobre la primera diría: «he venido al mundo para dar testimonio a la Verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz». Más rotundamente en el evangelio de San Juan (14:6), «Yo soy el camino, la verdad y la vida», a lo que el prefecto romano habría respondido: «Quid est veritas» (Juan 18:38). La verdad no sólo como posibilidad sino como necesidad, en el ámbito de la ética, frente al relativismo que parecen encerrar las palabras de Pilatos. El segundo, la huida de sus discípulos, encabezados por Pedro, factor relevante para la condena a muerte del Nazareno.
Este año, en mayor medida que otros, al lado del Mesías ha estado presente la figura de su Vicario. Han sido días en los cuales la atención mundial se ha fijado en el Papa Francisco. Tras su fallecimiento y las honras fúnebres, el interés empezó a trasladarse hacia el inmediato cónclave. En cualquier caso, la política ha estado presente también en el Vaticano, quizá demasiado, durante estas fechas. La delegación española, integrada por el eminente Bolaños y las discretas vicepresidentas, primera y segunda; ha provocado cierto asombro. No tanto por la acreditada trayectoria de sus miembros, como creyentes, sino por el grado de confianza y camaradería mostrada con algunas autoridades eclesiásticas, de nuestro país. El «triministro» se ha permitido ponderar la muy acertada deriva de la Iglesia católica en España, en los últimos tiempos. Muestra de sutil diplomacia y respeto institucional. Sólo el presidente Sánchez hubiera podido dar mayor realce al acontecimiento, pero modestamente declinó su participación.
Aunque quizás la escena cumbre, irrepetible e insuperable habría sido, igualmente, la «confesión» de Zelenski con el padre Trump, en el corazón de la basílica de San Pedro. ¡Qué unción! ¡Qué recogimiento! ¡Qué servicio a la Iglesia para la recuperación de la verdad y la credibilidad! Un hecho tan excepcional bien podría prologar el «apagón», ante cuyo impacto quedó atónito, durante bastantes horas, nuestro país y su presidente. Atrapado en su lunes de «Angustias», buscando explicaciones inexplicables de los verdaderos motivos del desastre. Un tipo capaz de engañar, de la manera más burda, a la población, no tiene más méritos que los de los medios de comunicación que le apoyan, y la estupidez de los engañados. Sánchez parecía, en esos instantes, un personaje patético, a merced de su misma necedad.
Cuando veo, escucho o leo alguna referencia encomiástica a la excelsa calidad intelectual de Pedro, y de sus secuaces más destacados, no puedo por menos que negarles tal condición. Se ha demostrado que no tener conocimiento, sobre algo en lo que estás empleado, puede ser contraproducente, a pesar de la opinión de la turbamulta de parásitos, que viven a costa del «enchufismo sanchista». No ofrece duda que la ignorancia acaba resultando letal, más o menos pronto, para cualquier sistema socioeconómico y político, y la sociedad que los soporta. Tras varias horas de desinformación, el presidente abogó por la información oficial, como antídoto contra «los bulos». Simultáneamente, afirmaba no saber nada sobre lo que debería informar pero, añadía, que él y su gobierno estaban trabajando intensamente.
Resulta así que Pedro el «sabio», no sabía nada. Y no sería por falta de advertencias de acreditados técnicos independientes. Comienza a estar acorralado en sus dudas sobre lo que puede y debe decir. El «sanchismo» supera entonces al «castrismo» y discurre por las mismas invocaciones a la «fe» en el líder que, automáticamente, convierte a los ciudadanos en sujetos acríticos y acólitos. El vendedor de humo, y de España en parcelas, sólo puede hacerlo con la complicidad imbécil de una ciudadanía aborregada.
A pesar de lo cual asoma la esperpéntica política energética, en la que pretende apoyar la justificación de los efectos y no sus causas. ¿No habrá otros factores más decisivos en el mercado de la energía? Algo queda en evidencia tras este episodio de oscuridad. La mentira acaba con la esperanza a corto y medio plazo. La ignorancia más inadmisible es la que disponiendo de información, se empeña en operar contra ella.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.
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