Letras líquidas

Democracia (mejor) explicada a los jóvenes

Acercar la democracia a la juventud pasa, sobre todo, por esforzarse en explicársela mejor

Cantaba Supergrass en los 90 una oda al buen rollo juvenil con su «We are young» y lo enlazaba directamente al estribillo «feel alrigth», como imperativo de sentirse bien. Puede sonar a tópico trillado, lo de que la juventud se asocie a optimismo, a esperanza y posibilidades, y puede, también, estar equivocado porque luego la realidad nos enseña que no siempre es así. Hoy los jóvenes (muchos) están desencantados. No lo digo yo, lo dicen los expertos que explican que las varias generaciones de jóvenes con las que convivimos ahora, «millennials», «Z» y los emergentes «alfa», han encadenado varias crisis seguidas y desconfían de los modelos políticos y económicos recibidos: muestran una apatía mayor que la que tenían a su edad quienes les precedieron.

Son muchas las voces autorizadas que alertan de los riesgos de ese estado de ánimo colectivo que oscila entre la indolencia, la decepción y el enfado. No solo por lo contra natura de un comienzo vital decepcionado, sino por la desconfianza abierta que refleja hacia la democracia heredada. Y esto se traduce en el voto de los jóvenes. El análisis de las dos últimas citas europeas, la de 2019 y la de este 2024, permite observar cómo su apoyo mayoritario ha virado de partidos ecologistas o más progresistas a los de extrema derecha. La polarización los condiciona y los lleva a apoyar opciones que rechazan las instituciones y la oficialidad establecida: un «si me habéis fallado, yo os fallo». La rebeldía es inherente a la juventud, pero ahora se enfoca en ir contra aquellos elementos que generaciones anteriores consiguieron con mucho esfuerzo: lo vemos con los fenómenos negacionistas, como el que ignora la existencia de la violencia de género, que van calando y se instalan entre ellos aprovechando esa sensación de frustración que les convence de que van a vivir peor que sus padres.

Y justo cuando los sociólogos europeos andan escrutando todo esto, Sumar rescata la propuesta del voto a partir de los 16 años y el Congreso se la plantea. Se trata de una proposición no de ley que ha iniciado su recorrido parlamentario y que, al margen del resultado final, responde a esa vieja aspiración que intenta hacer partícipes a los más jóvenes de la vida común cuando, en realidad, parece una medida más orientada a aumentar el nicho potencial de votantes. Al final, la edad del voto no es más que una convención social, y «per se», no es mejor o peor hacerlo a los 16 que a los 18, pero resulta inútil modificar el límite cuando no se atiende a lo realmente importante, porque acercar la democracia a la juventud pasa, sobre todo, por esforzarse en explicársela mejor.