Los puntos sobre las íes

9-N: el día en que se rejodió España

Desde anteayer ya no somos un Estado de Derecho por mucho que formalmente lo denominemos así

El día en el que se jodió el Perú, Don Mario dixit, no fue uno en concreto. Fueron varios. Al punto que el antiguo imperio incaico es a día de hoy un Estado fallido. Primero fueron las dictaduras militares; después sobrevino la democracia en 1980 de la mano del único tipo honrado que ha ocupado la Casa de Pizarro, Belaúnde Terry; después le tocó el turno a Alan García, la gran esperanza blanca socialdemócrata que robó como si no hubiera un mañana y nacionalizó los bancos; en 1990 fue la hora de un Alberto Fujimori que conquistó democráticamente el poder pero se perpetuó en él con un autogolpe y violando sistemáticamente los derechos humanos; el sprint final hasta nuestros días es una sucesión de nueve pedazo de mangantes, con el tonto útil de Sendero Luminoso Pedro Castillo como epítome, que tardaron en caer el tiempo que empleó el periodismo libre en probar sus fechorías. Los días en los que se jodió España los tengo nítidamente claros: aquellos 30 y 31 de mayo de la moción de censura de 2018 en los que, en un ejercicio de egoísmo imperdonable, Rajoy se negó puerilmente a consumar una dimisión –«yo no he hecho nada»– que hubiera salvado la permanencia en el poder de un constitucionalísimo PP que, además, nos había librado de la suspensión de pagos y el rescate. De aquellos polvos vienen estos lodos. Pedro Sánchez se hizo tan legal como ilegítimamente con la Presidencia de la mano de etarras, podemitas y de esos golpistas catalanes que apenas ocho meses antes habían convocado un referéndum ilegal y declarado la república. Desde entonces, ha sido rehén de lo peor de cada casa. Y él, amoral como pocos y mentiroso como ninguno, encantado de la vida porque lo único que le importa es vivir en Moncloa, volar obsesivamente en el Falcon, pasar los findes en Quintos de Mora, descansar en Semana Santa en Doñana y veranear en la Residencia Real de La Mareta como el jefe del Estado que quiere ser. Primero pactó con Bildu-ETA, el gang que segó la vida de 856 españoles, después se acostó con los sicarios de la narcodictadura venezolana (Podemos) y siempre fue de la manita de una ERC cuyos barandas fueron condenados por sedición, malversación, prevaricación y no sé cuantas figuras penales más. Las generales de julio, que nuestra atontada derecha tenía ganadas hasta el ecuador de la campaña, dieron al pájaro una inesperada oportunidad: la de continuar en el machito a cambio de cargarse la democracia en España. Y allá que ha ido él a recoger el guante encantado de la vida. Desde anteayer ya no somos un Estado de Derecho por mucho que formalmente lo denominemos así. La macroamnistía, que como el propio Sánchez subrayó el 20-J es «ilegal e inconstitucional», la figura del verificador internacional, el rearbitraje de las resoluciones judiciales con comisiones de investigación en el Parlamento, la cesión del 100% de una fiscalidad que es la que garantiza de verdad la soberanía de un país, el más que seguro referéndum de autodeterminación y el «reconocimiento nacional» de Cataluña y el País Vasco nos adentran en un túnel llamado autocracia, nos transportan a Venezuela con escala previa en México y Argentina. Sánchez ha descojonado definitivamente el Estado, nuestra Constitución, la legalidad en definitiva, para lograr los votos de un Carles Puigdemont que regresará a España como el Josep Tarradellas que aterrizó en El Prat en 1977 tras 40 años de exilio: en loor de multitudes. Nueve de noviembre de 2023 o el día del fujimorazo de Sánchez, el jueves en el que se jodió definitivamente España.