El trípode del domingo

«Y Dios creó al hombre: varón y mujer los creó»

Es oportuno recordar que ese pecado consistió en desobedecer el mandato de Dios de «no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal»; es decir, de querer ser como dioses, decidiendo por sí mismos lo que está bien y lo que está mal.

El «plan» de Dios sobre la Creación que narra el libro del Génesis en el Antiguo Testamento –en el lenguaje bíblico alegórico– describe la creación del primer hombre, Adán, y cómo Dios, viendo «que no era bueno que el hombre estuviera solo», lo sumió en un profundo sueño y de una costilla que le extrajo creó a Eva, la primera mujer. Y les mandó que «crecieran y se multiplicaran», convirtiéndoles en señores de su Creación. Tras el «Pecado Original», fueron expulsados del Paraíso terrenal y ellos y sus descendientes –todos los seres humanos– heredamos las consecuencias, mediante limitaciones de las que la enfermedad y la muerte son una prueba palpable.

Es oportuno recordar que ese pecado consistió en desobedecer el mandato de Dios de «no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal»; es decir, de querer ser como dioses, decidiendo por sí mismos lo que está bien y lo que está mal. Hoy vivimos en una sociedad (occidental), en la que la ley Divina está desplazada por la ley humana, que atribuye al hombre el derecho a decidirlo por sí mismo, lo que de hecho significa un auténtico enfrentamiento contra la voluntad de Dios. Actualmente, tras sustituir el marxismo la «lucha de clases» por la «lucha de sexos», el mundo occidental se ha adentrado en una senda ideológica en la que parece querer convertir la «igualdad» en «identidad», cual si la biología no existiera. Así se llega al extremo de considerar como una desigualdad, por ejemplo, la existencia de trabajos excluidos para la mujer por considerarlos inadecuados dadas las condiciones físicas que exige su realización. Una concreción ideológica de esa posición la representa el movimiento trans que considera que ser hombre o mujer no lo define la biología de uno u otro sexo, sino la voluntad personal: el «fruto prohibido» está siendo comido masivamente por la humanidad. En esta dominante cultura social, brilla una mujer de nombre Paloma Carmona, homenajeada ayer en Madrid con ocasión del 8-M, precisamente por su condición de mujer madre de una gran familia. Y es cierto que serlo nada menos que de 15 hijos no es precisamente lo «normal» y mucho menos hoy, pero ello no le quita valor, sino todo lo contrario, a su extraordinario testimonio de una vida entregada y dada a los demás mediante hechos y palabras, junto a su marido. Alimentados por la fe, con valores tan radicalmente contrarios a los que se quieren imponer para la mujer en la actual sociedad occidental sumida en una crisis alejada de aquellos sobre los que se construyó su identidad.