Apuntes

La diplomacia ya no es lo que era

¿Dónde quedó aquello de no entrar en la política doméstica de otro país?

Javier Milei es el presidente electo de la República Argentina. La República Argentina es un país notable en el continente americano y fue cabeza del virreinato del Río de la Plata. Los españoles y los argentinos se tienen buena onda y se cruzan pullas que no hieren, que es la mejor manera de describir lo que es una relación fraterna. Varones y hembras de ambas orillas se entrecruzan acentos con un punto de picardía y no hay argentino que no se sepa Mediterráneo ni español que no sea capaz de tararear alguna estrofa del 20 años no es nada. Darín ya nos parece de aquí y Postales del Fin del Mundo es un vinazo que habla de tú a tú a nuestros riojas o dueros. Argentinos y españoles nos hemos dado siempre asilo, según tocaba dictadura o no, y, en lo que de verdad cuenta, ha predominado la política de puertas abiertas y esta es tu casa, ponte cómodo y qué vas a tomar. Los argentinos son algo patrioteros y los españoles, pues, también, y a ambos pueblos se nos nota un tonillo de superioridad afectada, algo ridícula. Y, claro, está el problema de que esa familiaridad, de que ese pasear por Buenos Aires o Madrid como si estuvieras en casa, acaba por derivar en una confianza mal entendida y demasiadas veces nos hace olvidar el respeto que siempre debe presidir las relaciones entre dos naciones soberanas. O, dicho de otra forma, la mutua simpatía no te autoriza a entrar hasta la cocina en la política nacional de la otra parte, mucho menos a meterte en sus asuntos domésticos. Así, uno puede entender el malestar de nuestro presidente con Milei por su apoyo explícito a un determinado partido político en vísperas de unas elecciones e, incluso, comprender el sentimiento de ninguneo de nuestro Gobierno cuando para lo que es importante, como son las relaciones culturales y económicas con la sociedad española, el mandatario argentino pasa de nuestros ministros y ministras, de protocolos oficiales y de agendas acordadas. Una muestra de cortesía diplomática nunca está de más y se puede opinar que el socialismo es un cáncer y el origen de todos los males que afectan al mundo sin hacer un feo al Ejecutivo socialista del país anfitrión. Y no vale excusarse en un «viaje privado», porque hemos visto pocos viajes más políticos, en el sentido exacto del término, que el que nos ha girado el presidente argentino. Dicho esto, y dado que no tengo que votar en Argentina, me preocupa mucho más la pérdida de las referencias más elementales de nuestra Diplomacia, que un día gozó del mayor prestigio. El gobierno de coalición se tomó las elecciones presidenciales argentinas como un hincha más del candidato peronista y acusó la victoria de Milei como si fuera el propio Pedro Sánchez el que tuviera que abandonar la Casa Rosada. Ni siquiera envió a un ministro de Jornada con Su Majestad para asistir a la toma de posesión del legítimo presidente electo ni tampoco hubo felicitación desde La Moncloa y, para remate, el ínclito Óscar Puente deslizó algunos comentarios hirientes sobre el jefe de Estado de un país extranjero, el menor de ellos, la referencia a la ingesta de «sustancias». Que la respuesta argentina estuvo absolutamente fuera de lugar es cierto, pero es lo que pasa cuando hay populistas al frente en los dos lados. No llegará la sangre al río porque ni Argentina empieza y acaba en Milei ni España empieza y acaba en Sánchez. Además, ahora toca perseguir barcos mercantes, no vayan a transportar armas para Israel.