Tribuna

Dispositivos digitales y educación: un debate que no debería ser político

Probemos a que las escaramuzas políticas no metan las garras en este delicado asunto; probemos a equilibrar la memoria, la armonía del cuerpo y el espíritu, la disciplina y la alegría del aprendizaje

Para asuntos muy complicados y de gran importancia no están indicadas las normas tajantes, sobre todo si estas normas son prohibiciones que no llevan adjunta una fundamentación suficiente. Tal es el principio general en el que primero pensaremos. En un segundo momento, dejando a un lado si hay motivaciones políticas partidistas -ya hablar de motivaciones políticas en nuestro enrarecido ambiente es ponerse en lo peor-, claro está que defenderemos las gentes sensatas que haya una familiaridad temprana con las nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, que esto no signifique un monopolio del uso de ellas en la educación, sobre todo en lo que se refiere a las edades más tiernas y en las que toda influencia deja una huella muy profunda.

Leer y escribir son actividades diferentes cuando se usa una máquina y cuando se usan papel y lápiz. No tiene lo primero que ser necesariamente perjudicial, salvo que lo segundo simplemente se haya suprimido. El cuerpo e incluso la mente no operan en estos casos de la misma manera. En la experiencia de lectores maduros, es muy claro que un libro permite una reflexión, un volver atrás, un saltar lo superfluo que son mucho más embarazosos cuando lo que se maneja es un e-libro (e-book, mejor dicho…). Tener una letra no ya hermosa sino sencillamente legible supone un esfuerzo de cabeza, brazo e incluso del cuerpo entero que, además de las ventajas estéticas de lo bien manuscrito, rinde una suerte de armonía global de la persona que recuerda a la que siente quien está tocando un instrumento musical.

Insistir en que nadie debe ahora salir de la escuela sin haber tenido contacto con un recurso digital es una pérdida de tiempo. Pero resulta difícil sostener que el uso indiscriminado y prolongado de dispositivos electrónicos favorezca el desarrollo neuropsicológico y socioemocional en los niños; y cuanto más pequeños son, más claro podrá ser el perjuicio a muchos niveles. En los términos precisos de una amiga especialista: desde el punto de vista de la Neuropsicología, parece ser que las aplicaciones que se utilizan en los dispositivos móviles están diseñadas para generar cierta adicción, por el sistema de recompensa inmediata que ofrecen, y así interfieren en la maduración del córtex prefrontal, si el uso de estos aparatos es masivo. Esto impedirá que el niño aprenda a esperar y a controlar sus impulsos, aprenda a analizar antes de responder. Las consecuencias para el aprendizaje y la conducta están claras: impulsividad, dificultad para manejar la ansiedad cuando no hay un dispositivo a mano, menor uso de la memoria auditiva y dificultades de atención y concentración en ausencia de una retroalimentación constante.

El mundo que forma parte de mi vida es sensible, corporal, lleno de cualidades que imitan los artilugios de la llamada realidad virtual. El paso a la intimidad personal se lleva a cabo a través del cuerpo y, en especial, de sus placeres y de sus dolores y carencias.

En fin, si se abre por algún milagro un debate no político sobre esta cuestión, habrá que profundizar en el diagnóstico y la cura de los males en general de la educación básica en España.

La lentitud exagerada del aprendizaje de la lectura y del buen manejo de la comunicación oral pone unos cimientos peor que débiles para el interés que necesita tener un alumno en lo que sucede en el aula. Y ahí no es fácil ver las ventajas que los dispositivos digitales aportan. No aburrir a los niños no significa no enseñarles a activar su memoria. Un colega fue llevado ante la dirección de su centro porque su curso estaba escandalizado: ¡aquel profesor les hablaba! No les mandaba todo el rato juegos a través de la máquina. Una niña de mi pueblo, que, como ocurre tantas veces, aprendió a leer por sí sola a los cuatro años, se hartó y enseñó a leer a sus amigas para que pudieran continuar siéndolo. Un nieto mío de esa edad se duerme, por lo visto, casi a diario en el colegio: le van a enseñar cinco letras en todo el curso, y sigue en la misma aula, con los mismos pocos compañeros y el mismo educador. Un día le preguntaron cuál sería el superpoder que escogería. Respondió que la telequinesia.

Probemos a que las escaramuzas políticas no metan las garras en este delicado asunto; probemos a equilibrar la memoria, la armonía del cuerpo y el espíritu, la disciplina y la alegría del aprendizaje. Séneca escribió que cada vez que de veras aprendía algo, sentía la necesidad de salir a encontrarse con alguien para comunicárselo. Cara a cara, con el gesto y la palabra, después de haber leído con calma.

Firmo este breve texto, pero lo debo mucho más a mis amigos que a mi experiencia.

Miguel García-Baró.De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas