Tribuna

Las dos Iberias

Las dos Iberias fueron durante siglos los puntos extremos de Europa y que, en un principio, simbolizaban lugares lejanos y de riquezas proverbiales

Las dos Iberias
Las dos IberiasBarrio

Últimamente ha sido noticia el partido de la selección española en Georgia, celebrado con un ambiente estupendo en la capital, Tiflis, y que se ha saldado con victoria de España. Daba la impresión de que a la mayor parte de los españoles, Georgia se les antojaba un lugar lejano y con poco que ver con ellos. Pero acaso unos pocos saben que hay antiguos lazos entre ambos países. Ya en la antigüedad, los historiadores grecorromanos llamaban Iberia oriental a la región que corresponde a la actual Georgia, en contraposición y coincidencia a la par con la Iberia occidental, es decir, nuestra Península Ibérica. El geógrafo griego Estrabón (XI 2 19) atribuye a ambos lugares un nombre común, quizá relacionado con un río, y tal vez desde entonces podamos seguir una suerte de «vidas paralelas», entre mito e historia, de estas regiones tan alejadas. Las dos Iberias fueron durante siglos los puntos extremos de Europa y que, en un principio, simbolizaban lugares lejanos y de riquezas proverbiales: las dos sagas viajeras de los griegos, la de Ulises y la de Jasón, tocan ambos extremos legendarios en la «Odisea» y en las «Argonáuticas».

En la Antigüedad ambas representaban precisamente el «finis terrae», los confines del mundo habitado. No es de extrañar que la mitología las considerara puertas a lo desconocido, como muestran las leyendas de Hesperia («tierra del sol poniente») o Eritía («la roja»), en la Iberia occidental, con los fabulosos reyes de Tarteso, y figuras de opulenta riqueza como Habis o Argantonio, o con los mitos de las Amazonas en la Iberia oriental, con su monarquía femenina que daba paso a los tesoros sin cuento del Cáucaso, en el sol naciente. La geografía mítica de ambos lugares abunda en montañas infranqueables, como los Pirineos, la Bética y el Atlas, que corren parejas con las cumbres del Cáucaso, impresionantes ríos, como el Ebro y el Fasis (actual Rioni), y tremendos mares que anunciaban el océano exterior que los antiguos creían que rodeaba la tierra: el Negro, el Caspio y el Atlántico indicaban el peligro de cruzar allende las dos Iberias.

Hay un simbólico héroe que cumple sus hazañas viajeras en ambos extremos: Heracles, el romano Hércules, atraviesa todo límite con sus viajes y trabajos y se detiene precisamente allí. En Occidente vence al monstruo Gerión para robar su ganado, logra las Manzanas de Oro de las Hespérides y establece sus Columnas para marcar el Océano exterior, poniendo otro conocido hito, su Torre, en el extremo noroeste de la península. En Oriente, desde el Mar Negro al Cáucaso, se sitúan sus otras aventuras extremas, como el descenso al inframundo o la lucha contra las Amazonas. Hércules aparecerá como figura simbólica en ambos países, como se ve en los escudos de España y Andalucía o en los nombres de algunos reyes georgianos.

Y del mito a la historia: ambos extremos conocieron el trasiego de migraciones antiquísimas, desde el paleolítico a los pueblos indoeuropeos –la lengua georgiana no es indoeuropea y hay interesantes y disputadas teorías sobre el parentesco con las lenguas prerromanas de la península ibérica, notablemente el vasco–, que se asentaron en estas dos tierras de paso. Luego fueron también confines de diversos imperios, no sólo el romano, sino también el bizantino, sufrieron invasiones norteñas, estuvieron, en parte importante, bajo dominio islámico, con árabes y turcos, y experimentaron varias reconquistas. Fueron durante siglos, en fin, sociedades marcadas por lo fronterizo, por la convivencia y el conflicto entre culturas y religiones, sobre todo el cristianismo y el islam, y por la transmisión del conocimiento desde el mundo clásico. La idea de un vínculo entre ambos lugares, que se estableció en la Antigüedad, tiene una larga recepción hasta el siglo XV, que marca una cesura histórica especialmente en estos dos extremos, marcados por los acontecimientos de 1453 y 1492. En suma, las dos Iberias han sido puertas para el cruce de numerosas civilizaciones fundamentales para la ampliación de horizontes de Europa.

Por suerte, los lazos culturales y académicos entre ambos países siempre han sido importantes y el año que viene se reforzarán merced a la «I Conferencia Internacional sobre las Dos Iberias» (junio de 2024), dedicada al estudio de las antiguas culturas de ambos lugares, incluidos los paralelismos, posibles contactos y su recepción. Gracias a la iniciativa conjunta de la Universidad Estatal de Tiflis, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad del Cáucaso esperamos que se haga pronto realidad este encuentro académico. El impulso de la profesora Ekaterine Kobakhidze, entre otros colegas georgianos de las Facultades de Humanidades de ambas Universidades georgianas y el apoyo decisivo de la Facultad de Filología y el Instituto de Ciencias de las Religiones de la Complutense permiten augurar un fructífero encuentro que servirá como inicio a una colaboración estable para la docencia e investigación de interés común, comenzando por las áreas de filología clásica, lingüística historia o arqueología. En suma, ya ven que Georgia y España tienen mucho más que ver de lo que se piensa, tanto que quizá podamos entender el partido del pasado viernes no como un Georgia-España, sino un Iberia-Iberia.

David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.