Roma

«Dos hombres valerosos»

La plaza de San Pedro vivió ayer uno de esos momentos de emoción que sólo una verdadera comunidad unida por los siglos y en la esperanza puede provocar. A las 10:15 de la mañana, se oyó decir a Francisco en latín «lo ordeno», siguiendo el rito oficial y proclamando así santos a Juan XXIII y Juan Pablo II, momento en el que sonaron las campanas de todas la iglesias de Roma y todo quedó envuelto por una espiritualidad plena. El hombre moderno necesita levantar la cabeza y mirarse en el espejo de las buenas obras, en aquellas personas que han vivido para los otros y cuyos valores se han convertido en un patrimonio de la humanidad. Ayer fue un día importante para el universo católico porque el verdadero mensaje de estos dos sacerdotes, obispos y Papas de la Iglesia, han sido los valores del «amor, la misericordia, la sencillez y la fraternidad». Al materialismo más retrógrado le parecerá poco, pero para Angelo Roncalli y Karol Wojtyla lo fue todo. Así se reconoció en el acto de canonización: san Juan XXIII y san Juan Pablo II fueron capaces de hablar a todos, a creyentes y a no creyentes, y devolvieron a la Iglesia sus valores originales. La ceremonia de ayer reunió a más de un millón de peregrinos en Roma, se oyó hablar todas las lenguas, fue vista por millones de personas en todo el mundo y volvió a mostrar el liderazgo espiritual de una Iglesia inmersa en un mundo globalizado y mediático, pero, sobre todo, que hace valer su ejemplo diario de servicio al prójimo allí donde éste sufre. El catolicismo es una gran fuerza de humanidad y compromiso y un freno ante un mundo secularizado que no ha sabido dar respuesta a aquellas preguntas que todavía conmueven de verdad a los hombres. Como dijo el Papa Francisco, Juan XXIII y Juan Pablo II tocaron la herida del que sufre, lo compadecieron y tomaron la palabra libremente. «Son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer a la Iglesia», añadió Bergoglio en su homilía. Y sin duda, ayer fue un día en el que la Iglesia creció desde su propia raíz: siguiendo el ejemplo de las buenas obras. Fue voluntad del Papa Francisco unir la canonización de Roncalli y Wojtyla, y ayer explicó el motivo: «No se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos». Ambos afrontaron los problemas de su tiempo: los de una Iglesia que debía adaptarse a un nuevo mundo en el que la fe católica empezaba a vivir arrinconada, en el caso de Juan XXIII; y el de hacer valer los valores del catolicismo para defender la libertad frente a los totalitarismos, en el caso de Juan Pablo II. Los retos de Francisco son muchos y, de manera especial, el sínodo extraordinario sobre la familia, como ayer explicó. Pidió ayuda a los nuevos santos para que «estos dos años de camino sinodal sea dócil al Espíritu Santo». «Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo», concluyó.