Gobierno de España

Ejemplo de democracia avanzada

La Razón
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Más de la mitad de los seres humanos viven bajo regímenes totalitarios o autoritarios en los que no se respetan los derechos políticos básicos y en los que la vida diaria de las personas está sujeta a la arbitrariedad del poder. Sólo una élite privilegiada de los habitantes de la tierra, el 11,37 por ciento, viven en las 19 naciones que el prestigioso «Democracy Index», que elabora la revista británica «The Economist», considera como democracias plenas. Entre este selecto club se encuentran los ciudadanos españoles, pero no, y es materia de reflexión, los italianos, los portugueses, los franceses y los belgas, por citar sólo los países de la Europa Occidental cuyos sistemas democráticos se consideran «democracias imperfectas». Ciertamente, los especialistas en diversos campos de la política, la economía, el derecho y la sociología que elaboran el citado «Index» ponen el listón muy alto a la hora de evaluar campos como el sistema electoral, el pluralismo político, el respeto a los derechos civiles y la cultura política de las sociedades examinadas, pero, a efectos prácticos, lo que nos importa es que España cumple con las mayores exigencias en materia de calidad democrática desde hace décadas y es, además, uno de los escasos países europeos en los que la ferocidad de la crisis económica no ha afectado a su sistema de libertades públicas. Cabe preguntarse, por lo tanto, por qué se ha instalado en nuestra conciencia colectiva ese sentimiento difuso de inferioridad que considera perfectamente aceptable que en un país como Italia se invistiera un Gobierno sin pasar por las urnas, que en Francia se haya militarizado la seguridad o que en los Estados Unidos se hayan restringido los derechos civiles, pero que mira desde la sospecha cualquier actuación pública que se haga en obligada defensa de la democracia. Sin duda, son varios los factores que han confluido para alimentar esa equivocada percepción social, que no resiste el más básico de los análisis, pero que, sin embargo, coinciden en un punto: la estrategia de una extrema izquierda surgida al calor de la crisis económica que, desde la deslegitimación de las instituciones, pretendía ocupar el espacio político que detentaba la socialdemocracia tradicional, y su confluencia con el separatismo catalán, forzado a buscar un «tirano» imaginario del que poder liberarse. Tal vez, lo más reprochable de semejantes actitudes sea que se pusieron en práctica cuando peor lo estaban pasando los ciudadanos, con un paro desbocado, los mecanismos crediticios cerrados y un déficit de los ingresos del Estado que, forzosamente, tenía que afectar a la calidad de los servicios sociales. Que el resultado de esa diabólica combinación de crisis económica y demagogia populista se haya limitado a los magros resultados de Podemos y al espectáculo del fracasado proceso y no haya supuesto, como sí ha ocurrido en Francia, en Alemania, en Gran Bretaña o en Italia, mayores convulsiones políticas, demuestra no sólo la calidad de nuestro sistema democrático, sino la madurez que ha alcanzado una sociedad que en los ya lejanos tiempos de la Transición decidió que quería integrarse en el conjunto de las naciones libres del mundo y lo ha conseguido. España no es la caricatura franquista que nos pintan los separatistas ni la pretendida plutocracia que transmiten los comunistas de siempre a través de las modernas redes sociales, convertidas en maquinaria de destrucción moral e intelectual de quienes no piensan como ellos. No. España es una de las escasas democracias avanzadas del mundo, en la que se respetan plenamente los derechos políticos y civiles, incluso los de aquellos que, como Esquerra Republicana o las CUP, pretenden, simple y llanamente, destruirla.