El desafío independentista
El cambio es posible en Cataluña
El «proceso» independentista ha sido un rotundo fracaso en la consecución de sus objetivos: fundar la república catalana, ser reconocida internacionalmente y, por consiguiente, fracturar la unidad de España. No ha sido así, muy al contrario. Ni se creó el nuevo Estado, ni ninguno de los países de la UE, ni potencia alguna, lo aceptó como uno más en el concierto de las naciones, aunque sí fracturó a la sociedad catalana en dos. Ese ha sido su legado más visible. En su hundimiento han tenido que ver, además, dos factores: el primero, que se hizo en contra de la ley y la derrota del estado de Derecho es imposible, a no ser que aceptemos el triunfo del golpe; el segundo, porque los secesionistas no cuentan con el apoyo mayoritario de la sociedad catalana. Ni en la pasada legislatura, en la que no tenían la mayoría de votos y su representación parlamentaria sólo llegaba a 72 de los 135 diputados. Con esa exigua mayoría se aprobó la declaración de independencia el pasado 27 de octubre. Un sondeo del CIS presentado ayer sitúa al bloque independentista –JxCat, ERC y la CUP– por debajo de la mayoría y pierde 5 escaños. No sólo perdería la hegemonía parlamentaria, sino que las elecciones del 21-D las ganaría Ciudadanos, con el 22,5% de los votos (31-32 escaños), frente a ERC, que se llevaría el 28,8% (32 diputados). De cumplirse estos resultados, estaríamos hablando de que por primera vez una fuerza que no procede de la tradición catalanista –y sus continuos trasvases al nacionalismo– podría conseguir la presidencia de la Generalitat. Que sucediese 40 años después del regreso de Josep Tarradellas, que auguró la nefasta confusión entre Cataluña y su gobierno nacionalista, puede que sea una ironía de la historia, pero también la demostración del desgaste, uso del victimismo y abuso de poder practicado por los partidos ahora declarados soberanistas. Podrá concluirse que forzar a la sociedad catalana hasta el límite como se ha hecho no sólo no reporta beneficios, sino que se produce un claro retroceso. Así lo estamos viendo en las inmediatas consecuencias económicas; el sondeo valora en un 40% como peor la situación económica de Cataluña que hace dos años. La gestión de Mas y Puigdemont ha sido valorada mala o muy mala por un 42,6, según el CIS. Además, ha quedado claro que la aplicación del artículo 155 ha sido vista como la solución a la situación de caos institucional y político que instauró el «proceso». El sondeo del CIS está mostrando que el independentismo tiene un techo electoral y que sólo podría continuar en la Generalitat con el apoyo de CeC-Podem, que, aunque pierde dos diputados (pasa de 11 a 9) por su posición calculadamente errática sobre el «proceso» –al que habrá que sumar el desgaste de Colau e Iglesias– , su voto afirmativo –o abstención– será clave. El PSC gana 5 diputados abriéndose paso en el electorado catalanista moderado, y el PP cae a 7, votos que han recalado ahora en Cs. Lo fundamental es que el bloque de los constitucionalistas gana posiciones, que se confirma la tendencia y que es posible que el independentismo que hasta ahora gobernaba en la Generalitat sea sustituido por partidos que apuesten por un país abierto, tolerante y que trabaje por el bienestar colectivo y no por la destrucción de la convivencia. Si estas elecciones tienen algo de anormales es porque el independentismo quiere, de nuevo, que sirvan de plebiscito, que no se debata sobre programas y prolongar el «proceso», por lo menos como marco mental. No será así y sólo se puede revertir esta situación desde una participación masiva, como confirma que el 84,6 de los encuestados aseguren que irán a votar y que el 77,6 afirmen que siguen la campaña –que hoy da comienzo– con bastante o mucho interés. Son unas elecciones normales y con todas las garantías, aunque históricas.
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