Turquía
El peor escenario posible para acabar con la guerra de Siria
El peor de los escenarios posibles se abrió ayer con el asesinato en directo del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov. Según pudimos oír por boca del mismo terrorista, el atentado mortal se cometió en venganza por los bombardeos de Alepo. A nadie se le escapa que la muerte del representante diplomático ruso en Ankara en nada ayudará a salvar vidas civiles en la guerra abierta en Siria contra el Estado Islámico (EI). Muy al contrario, el autor material del atentado, que fue abatido por la Policía, golpea el tímido acercamiento en las relaciones turco-rusas tras el derribo en noviembre del 2015 de un avión ruso en la frontera entre Turquía y Siria. En aquella ocasión, Putin llegó a hablar de «complicidad» entre el Gobierno de Erdogan y el EI. La crisis se prolongó hasta junio de 2016, cuando el presidente turco pidió disculpas al Kremlin. La reconciliación se escenificó con la firma, el pasado 10 de octubre, de un acuerdo para construir el gasoducto Turk Stream, que enviará gas ruso a través del mar Negro hacia Europa. El atentado perpetrado ayer contra el embajador ruso en Ankara se produce en un momento clave: justo cuando las tropas de Bashar al Asad ganaban terreno frente a las tropas rebeldes y el Daesh. Además, el incidente coincide con la víspera de una reunión en Moscú entre los ministros de Exteriores de Rusia, Irán y Turquía para tratar sobre el alto el fuego en Alepo. No es tampoco anecdótico que suceda tras las protestas que han tendido lugar los últimos días en Turquía contra la intervención militar rusa en Siria. La resolución que aprobó ayer el Consejo de Seguridad de la ONU –vetada en seis ocasiones por Rusia– y que urge el despliegue de observadores de las Naciones Unidas en la zona oriental de Alepo parece en estos momentos papel mojado. Podría cumplirse la advertencia hecha por algunas potencias europeas a Rusia de que se tome dicho acuerdo en serio si no quiere acabar como en Srebrenica. El papel de Moscú para el final de la guerra de Siria es clave. Fue Rusia quien volvió por cuenta propia a los escenarios estratégicos de la Unión Soviética para recuperar su papel, y lo hizo el 30 de septiembre de 2015 en Siria, un histórico aliado de antigua potencia comunista. Desde entonces, los bombardeos se han sucedido y han sido claves para mantener en el poder a Al Asad, que hace tan sólo un año estaba a punto de ser derrocado. Putin nunca ha escondido que su objetivo era éste, además de impedir que un estado amigo de Rusia quedase en manos del yihadismo. Al de por sí enrevesado conflicto sirio, en el que actúan facciones enfrentadas dentro del mundo musulmán, hay que sumar la intervención de Rusia y Estados Unidos, que lidera la coalición internacional y que obligó al Kremlin a frenar los bombardeos de Alepo con la excusa de que la oposición moderada a Al Asad estaba siendo víctima de estos ataques. Las relaciones entre Washington y Moscú no pasan por su mejor momento y, aunque Rusia podría conseguir que Irán, que apoya al régimen sirio, ponga tropas sobre el terreno, prefiere actuar con prudencia para evitar reproducir su papel en Afganistán. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y su anunciada política de beligerancia frontal contra el yihadismo anuncia un momento de inestabilidad en un teatro de por sí congestionado de actores. Ahora quedará por ver si Putin acrecienta el papel de Rusia en Siria o si frena la escalada de violencia.
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