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Firmeza ante el terror yihadista

La Razón
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El atentado perpetrado ayer en París contra el veterano semanario satírico «Charlie Hebdo» supone un ataque directo a la libertad de expresión, esencia de la civilización occidental y seña de identidad que distingue a los pueblos libres y democráticos de las tiranías de cualquier signo. Estamos, pues, ante una agresión dirigida al corazón mismo de nuestra sociedad, con la evidente intención de silenciar por la violencia y el terror a quienes combaten el fanatismo con las armas de la crítica y de la libre opinión. Se trata de una lucha fundamental que Occidente está obligado a ganar si no quiere perder su razón de existir pero que, al mismo tiempo, es imposible disociar del profundo cambio que se está produciendo en el seno del islam, donde el resurgimiento de los movimientos fundamentalistas religiosos supone la mayor amenaza geoestratégica para las sociedades democráticas desde la derrota del comunismo. No en vano, los asesinos que actuaron ayer en la capital de Francia no responden al tipo del «lobo solitario», captado e impulsado por esa nebulosa extremista que opera entre los inadaptados sociales a través de internet, sino a la conocida concepción del terrorismo islamista de organizaciones como Al Qaeda o el Estado Islámico que, pese a veinte años de esfuerzo sostenido por Estados Unidos y la Unión Europea, se expanden y se consolidan a lo largo y ancho del mundo musulmán. Así, el atentado al semanario francés, con su trágico rosario de muertos y heridos, largamente planificado y fríamente ejecutado por un grupo de individuos con evidente entrenamiento terrorista, busca el objetivo añadido de provocar el desistimiento de Occidente en el apoyo que presta a los gobiernos árabes en su lucha contra el yihadismo integrista, sin el que sería prácticamente imposible impedir la consolidación de un Estado islamista en Siria e Irak, primero, y su consiguiente extensión al resto de Oriente Medio y el Magreb, a continuación. Porque sin olvidar el permanente irredentismo musulmán, en estos momentos la amenaza primordial es la que representa el EI y los distintos movimientos ligados a Al Qaeda en su pugna por hacerse con la supremacía islámica. Y si bien el núcleo de la batalla se libra en el interior de Siria e Irak, donde los yihadistas se ven obligados a volcar sus reservas humanas y materiales, sus líderes son conscientes del peligro que representa para sus intereses una mayor implicación militar occidental. Así, la consecuencia no podía ser otra que la intensificación del terrorismo en el corazón de Europa, riesgo del que eran perfectamente conscientes los gobiernos de la Unión Europea que, desde hace ya más de seis meses, habían elevado sus niveles de alerta, con especial atención a las redes de reclutamiento yihadista y a la identificación y seguimiento de sus voluntarios. Hasta ayer, estas medidas habían dado buenos resultados, abortando de raíz la organización de muchos atentados, aunque no hubieran conseguido conjurar el peligro que representaban las acciones criminales de individuos aislados, como las que se han sucedido estas Navidades en varias ciudades francesas. Lo ocurrido en París, sin embargo, nos devuelve al escenario más temido por las Fuerzas de Seguridad, de hecho, nunca descartado, de la actuación de grupos bien organizados, armados y capaces de elegir objetivos sensibles de gran impacto en la opinión pública. España que, por supuesto, nunca ha estado al margen de la amenaza, ya había aumentado el nivel de alerta terrorista el pasado mes de septiembre e intensificado las operaciones de prevención y vigilancia, y ampliado la cooperación policial con los países de nuestro entorno, en especial con Marruecos. Los resultados, con la desarticulación de numerosas redes yihadistas de reclutamiento y apoyo logístico, dan fe de la eficacia de nuestras Fuerzas de Seguridad y de la oportunidad de las medidas adoptadas. Pero, ayer, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en constante coordinación con sus colegas de la Unión Europea, decidió elevar la alerta antiterrorista hasta el nivel 3, confirmando las informaciones internacionales que venían alertando de un grave incremento de la amenaza y que, desafortunadamente, se ha visto plasmada en París. Por ello, es preciso hacer llegar al común de los ciudadanos la importancia del riesgo al que, por su posición y compromiso con los valores de la democracia, se enfrenta España, junto con el resto de sus aliados. Un riesgo al que se deben dedicar los mayores esfuerzos y que exige, en consecuencia, dotar de más y mejores medios tanto a las Fuerzas de Seguridad como a la Fuerzas Armadas para que puedan llevar a cabo sus exigentes misiones. Porque si bien nadie puede garantizar la seguridad absoluta, sí es posible reducir la amenaza con la colaboración de todos. El yihadismo islamista es, sin duda, uno de los fenómenos potencialmente más peligrosos a los que hoy se enfrenta la sociedad. Y lo es, principalmente, porque lleva en sí mismo la semilla de la intolerancia, la xenofobia y el totalitarismo; lacras de las que ha conseguido liberarse con esfuerzo de siglos el pensamiento occidental, de raíz judeocristiana, haciendo de nuestro modelo de convivencia un ejemplo de libertad, progreso y tolerancia. Por ello, la lucha contra el terrorismo islamista debe preservar esos valores, sin los que es imposible entender la historia de Europa, y rechazar soluciones fáciles y populistas que no distinguen entre el bien y el mal.