Brexit
La estrategia del caos de Johnson
Todo indica que el primer ministro británico, Boris Johnson, se encuentra en campaña electoral, pese a que la actual mayoría parlamentaria se resista a conceder un adelanto electoral que, según los analistas políticos, supondría una victoria clara para el inefable ex alcalde de Londres. Así, como hoy publica LA RAZÓN, lejos de presidir el caos, Johnson estaría llevando a cabo una estrategia pensada al milímetro, que evoca a la que catapultó a Donald Trump a la Casa Blanca, y que habría sido diseñada por Dominic Cummings, el mismo propagandista que dirigió la campaña del Brexit en el referéndum de 2016, en la que no se ahorró, precisamente, en demagogia. La clave, como en el caso de Trump, se encuentra en la atracción de un voto laborista, pero euroescéptico, en aquellos distritos electorales, como Newcastle, donde el Partido Conservador no ha ganado desde 1880, que compense la deserción de los votantes tories partidarios de la permanencia en Europa o, en todo caso, de una salida negociada con Bruselas. Que el lema de la campaña vaya a ser del tipo «Westminster (el Parlamento) contra el pueblo», que hace de Johnson el supuesto valedor del ciudadano del común frente a la casta política, aunque burdo, demuestra cómo el populismo y el nacionalismo primario asedian a las democracias de corte occidental y nos advierte de la necesidad de denunciar a estos demagogos que juegan con los miedos y las dificultades de los sectores sociales más perjudicados por el proceso de globalización y la caída de las fronteras comerciales. Pero si nadie pone en duda que las posibilidades de triunfo del «premier» británico son altas, también se alzan voces que avisan del riesgo real de ruptura del Partido Conservador, cuyas tensiones internas se están elevando al máximo. Convendría, sin embargo, no cargar demasiado la mano sobre el primer ministro, quien, en realidad, no sólo pretende cumplir con el mandato popular expresado en la consulta de 2016, sino hacerlo de tal manera que sea la Unión Europea la que se vea obligada a nuevas cesiones, bajo la amenaza de una salida a las bravas que sería muy perjudicial para ambas partes, por más que sea el Reino Unido quien corre mayores riesgos. Porque, de hecho, los parlamentarios británicos, rechazando una y otra vez el acuerdo negociado por Theresa May, son los responsables de haber llegado a esta situación, sin más perspectivas que seguir alargando los plazos de salida, a la espera de no se sabe qué milagro. Al fin y al cabo, Johnson, que hizo una agresiva campaña a favor del Brexit, actúa en consecuencia y está dispuesto a forzar el sistema institucional todo lo que sea necesario para romper el impasse. Ciertamente, desde el Continente se observa con perplejidad, no exenta de cierta satisfacción inconfesable, los avatares de la política británica, pero harían mal los representantes de la instituciones comunitarias en no advertir la carga de profundidad que oculta la estrategia de Johnson. Porque si alguien piensa que un gobierno británico va a resignarse a perder el control de la soberanía de Irlanda del Norte o de Gibraltar a cambio de mayores o menores ventajas comerciales, se equivoca. Boris Johnson puede desempeñar el papel de político excéntrico, enemigo de los convencionalismos y que conecta con el pueblo llano, como Donald Trump, pero no es cierto. El premier procede de una élite intelectual, conoce profundamente la historia de Gran Bretaña, sobre la que ha escrito títulos notables, y es un típico nacionalista inglés que sabe perfectamente lo que quiere. Hasta ahora, todos los cálculos británicos se han estrellado contra la unidad, sorprendentemente rocosa, mantenida por la Unión Europea a lo largo de toda la negociación. Es imprescindible que se mantenga hasta el final, incluso en los momentos que vendrán, con el vértigo de la ruptura.
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