ETA
Puigdemont insulta a las víctimas
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, sobrepasó ayer todos los límites con el uso indigno que hizo de la lucha contra a ETA, comparándola con el proceso independentista y su perseverancia hasta alcanzar sus objetivos. «Si no hubiera sido por la persistencia, este combate no se hubiera ganado», dijo refiriéndose a la lucha antiterrorista. Y añadió: «En unos años diremos lo mismo: que hemos conseguido lo que el pueblo de Cataluña se ha propuesto porque persistimos, porque no nos resignamos». No ha sido la mejor manera de sumarse a la conmemoración del atentado de Hipercor que le costó la vida a 21 personas, cuatro niños entre ellos, hace 30 años; es más, ha sido un insulto a los que sufrieron aquel ataque. Puigdemont demuestra desconocer el principio en el que se basó la lucha contra ETA: no hacer uso político de los muertos y ensañarse con el Gobierno de turno –fuese PP o PSOE– cuando la banda mataba inmisericordemente. Estamos seguro que de haber vivido en primera línea aquellos años, Puigdemont hubiese incumplido la primera norma: mantener la unidad de los demócratas frente a los terroristas. Lo que dijo ayer sobrepasa lo aceptable y es tal la perversidad de sus palabras que sólo cabe pensar en su necesidad de envenenar aún más la situación política propiciada por su plan secesionista. No deja de ser paradójico que Puigdemont sostenga su presidencia gracias a un grupo que nunca ha escondido sus afinidades con los abertzales, incluso con las versiones más detestables. Si al presidente de la Generalitat le quedase algo de dignidad política, aunque sea por no degradar más a la institución que representa, debería renunciar al apoyo de la CUP, que fue el único grupo que no asistió al homenaje que rindió el Parlament el pasado día 16 a las víctimas de Hipercor. El otro partido que compone Junts pel Sí, ERC, a través de Carod-Rovira, intentó firmar, en enero de 2004, una paz separada nada menos que con el máximo jefe etarra para que la banda dejara de atentar en Cataluña, aunque pudiera seguir haciéndolo en el resto de España. Las palabras de Puigdemont son, además, doblemente despreciables porque las dice para buscar de nuevo los focos y, sobre todo, perjudicar al partido que sostiene el actual Gobierno, que fue una víctima muy buscada por los terroristas. ¿Busca Puigdemont equiparar a los que fueron víctimas con sus verdugos? ¿Está comparando a un país democrático que se defiende con la Ley, y sólo con la Ley, de un ataque en toda regla contra su soberanía nacional con unos terroristas? Es ofensiva su banalización del terrorismo que le ha llevado a utilizarlo como otro capítulo más de su propaganda secesionista. En los «años de plomo» siempre se argumentó que en las instituciones democráticas tenían cabida todas las opciones, incluido el independentismo más irredento, si renunciaba a la violencia. Algunos renunciaron a seguir matando, pero es imposible que renuncien a la raíz totalitaria y manipuladora de cierto nacionalismo. Puigdemont hace esfuerzos por equipararse con lo peor del independentismo. La deriva del «proceso» en estos momentos es preocupante: no sólo no comprenden que el Estado de Derecho no puede ser doblegado, sino que ha optado por introducir el discurso del odio, hasta ahora desconocido, que supone falsear los hechos. Las palabras de ayer del presidente de la Generalitat comparando a unos terroristas con un Estado democrático sobrepasa todos los límites, pero parece que es la consigna: Guardiola también lo hizo hace una semana. Puigdemont debería moderarse, cumplir sus obligaciones como gobernante, cumplir y hacer cumplir la Ley y velar por la convivencia, que es precisamente lo que no está haciendo. Por el bien de todos.
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