
Cataluña
Una declaración inútil
La declaración aprobada ayer por el Parlamento autonómico de Cataluña, en la que se define al pueblo catalán como «sujeto político y jurídico soberano» investido por el «derecho a decidir», viene a engrosar la larga lista de proclamas nacionalistas suscritas por los parlamentarios desde los años 90. En concreto, desde la primera moción, en 1999, se han ido sucediendo hasta llegar a las seis, cada una con sus matices peculiares; la sexta fue en septiembre de 2012 y puede considerarse el prólogo a la aprobada ayer. Es verdad que esta última va mucho más allá al exigir la celebración de un referéndum que encubre, sin apenas disimulo, someter a votación la independencia de Cataluña. No obstante, resulta tan estéril e inoperante como todas las anteriores porque ni se ajusta a la legalidad ni es compatible con la Constitución. Además, sus promotores (CiU y los radicales de ERC, comunistas de IVC y antisistema de CUP) tampoco pueden aducir un apoyo parlamentario excepcional, pues los 85 votos cosechados quedan muy lejos del centenar largo al que aspiraban con la incorporación del PSC. Por tanto, ni por su planteamiento ni por su respaldo, la declaración separatista de ayer tiene mayor recorrido que sus precedentes. Lo que sí ha logrado esta iniciativa ha sido cuartear la convivencia entre los catalanes, crispar la gestión política en el peor momento de la crisis económica y sembrar la discordia en el seno de las dos formaciones políticas más votadas de Cataluña, CiU y el PSC. Tal capacidad de demolición, sin precedentes, es obra de Artur Mas, un político que desde septiembre de 2012 ha emprendido una veloz carrera hacia la nada arrollándolo todo a su paso. Ni siquiera su propia formación se ha sustraído a su nefasta gestión, cuyas consecuencias para el futuro de CiU son impredecibles. Otra de las víctimas ha sido el PSC que, pese a recuperar a última hora la coherencia ideológica y rechazar la proclama separatista, ha pagado un peaje nada pequeño: cinco de sus diputados dieron la espalda al líder, Pere Navarro, lo que agudiza la crisis interna de un Partido Socialista que ha jugado a la ambigüedad hasta quemarse las manos. En resumidas cuentas, todo el mundo ha salido perdiendo, desde la relación de Cataluña con el resto de España hasta la convivencia entre los propios catalanes, a cambio de una declaración inútil y sin viabilidad. Todos han perdido menos uno, la ERC de Oriol Junqueras, el dirigente republicano que ha vampirizado a Artur Mas y, con él, a los nacionalistas moderados. El gran vencedor de ayer no fue el Gobierno de la Generalitat, sino el que le sostiene en la sombra. Que este lamentable episodio se haya producido al día siguiente de que Mas admitiera públicamente su incumplimiento del déficit fiscal revela que sus prioridades no son resolver los problemas reales de los catalanes, sino alimentar sus quimeras absurdas.
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