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Vientos de cambio en América

El apretón de manos entre Barack Obama y Raúl Castro marcará para siempre la VII Cumbre de las Américas, que se celebra en Panamá. La fotografía dio ayer la vuelta al mundo. La simbología de ese momento, lo que suponía como principio del fin del deshielo entre dos naciones enfrentadas durante más de medio siglo, era razón suficiente. Fue el primer encuentro entre los mandatarios de Estados Unidos y Cuba desde la reanudación de las relaciones bilaterales en diciembre pasado. Hablar, por tanto, de un encuentro histórico parece justificado, como lo son también las esperanzas depositadas en el tiempo nuevo para la región que parece alumbrarse. Sin embargo, queda un larguísimo trecho por recorrer hasta conseguir una normalización en las relaciones de estas dos naciones, de la que pueda beneficiarse también el resto de los estados americanos. Y ese camino será complejo. Conviene, por tanto, frenar el optimismo, y pecar en todo caso de un exceso de realismo, cuando el que está de por medio es un régimen nada ejemplar como el cubano. En una entrevista que hoy publica LA RAZÓN, Barack Obama deja muy claras las intenciones de su Administración: «Si la política de diálogo no conduce a mejores resultados, la podremos ajustar». Un aviso del presidente norteamericano en las páginas de nuestro diario que aplica también para el caso de Irán: «Mi doctrina es que vamos a explorar la vía diplomática, pero sin renunciar a nuestras capacidades militares». En cualquier caso, la eficacia que pueda tener el giro de 180 grados de Washington en su discurso histórico es una gran incógnita. Porque, aunque Obama asegure que «Cuba no representa un peligro para la seguridad de Estados Unidos» y que «el acercamiento debe garantizar un mejor futuro para los cubanos», no existen motivos para creer que la tiranía castrista se decida sin más a abrazar la democracia. Y, además, América no es sólo Cuba. La expansión de los regímenes bolivarianos ha sido una lacra para la región. La Venezuela de Maduro es el gran paradigma de ese frente liberticida que ha multiplicado la miseria, la desigualdad y la violación de los derechos humanos en un continente ya de por sí castigado por la injusticia y el abuso. Esa Venezuela, cada día más aislada, es una amenaza para la estabilidad, pero no es el único problema. La corrupción y la crisis han puesto entre la espada y la pared a gobiernos como los de Brasil o Chile, por no hablar de la Argentina de Cristina Fernández, inmersa en una espiral involucionista y decadente. América necesita un tiempo nuevo, con protagonistas nuevos y formas nuevas, que algunos pretenden vincular con exceso a la doctrina Obama. Habrá que dar tiempo al tiempo, aunque no sobre, y contribuir, en el caso de España, a un escenario de estabilidad siempre desde la convicción de que la democracia y la libertad deben ser condiciones imprescindibles para ese futuro.