Letras líquidas

La entente soberanista y la sartén

Las circunstancias ahora fuerzan a los jeltzales a radicalizar o endurecer su discurso

Las elecciones generales pueden ser como un caleidoscopio. Su análisis adopta diferentes formas y combinaciones de colores en función del enfoque que se le de. Y, aún tres semanas después, el 23J sigue permitiendo múltiples interpretaciones. Una de ellas se produjo en el País Vasco: la sorpresa, o no tanto, de la victoria de Bildu sobre el PNV. Sorpresa por la constatación de un cambio en la tendencia histórica y no tanto, porque ya se venía anunciando: la superioridad en apoyos de los abertzales se consolidaba en cada sondeo, encuesta y, también, en cada cita con las urnas. Podríamos centrarnos en las causas y acudir a buscar el origen de este giro, incardinándolo en una evidente falta de memoria histórica (o democrática) marcada por el olvido de los hechos recientes: basta rescatar las encuestas del año pasado, en el 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, en las que la mayoría de los jóvenes no sabía quién fue el concejal de Ermua. Pero, quizá, más que incidir en los motivos, sea más interesante apuntar a las consecuencias del vuelco en el País Vasco. Porque afectan a toda España.

Siguiendo esa máxima que durante mucho tiempo ha regido la política española: mira al PNV para saber cómo serán los próximos movimientos, las circunstancias ahora fuerzan a los jeltzales a radicalizar o endurecer su discurso. Tras el fracaso del plan Ibarretxe (puesto en marcha y frenado según los ritmos constitucionales), las veleidades rupturistas recobran protagonismo como necesario contrapunto (según sus intereses) al «ticket» Otegi-Junqueras. Sus actos en campaña apelando a la celebración de sendos referéndums de independencia simultáneos y uniendo los destinos de sus dos aspiradas, hipotéticas e ilegales secesiones configuran un marco mental de difícil escape para el PNV. Y, ante semejante perspectiva, no puedo dejar de pensar en las declaraciones de Artur Mas alardeando de tener la sartén por el mango. Pues eso.