Con su permiso

Esas canas

El propio Sánchez reconoce que al no cuadrarle los números tras las elecciones no le quedó otra que comprar los votos

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IlustraciónPlatónLa Razón

Es terco el poder en dejar huella capilar entre quienes lo ejercen. Recuerda Alba cómo encaneció Obama cuando apenas había terminado su primer ciclo, o aquel blanqueamiento de patillas de Felipe en La Moncloa, tan comentado en su tiempo. Ahora ya nadie echa cuentas de la transición a las patillas plateadas de Pedro Sánchez, que brillan con singular intensidad bajo los focos del estudio de TVE en el que está siendo entrevistado. Esboza Alba una sonrisa mientras la tele mete en casa el diálogo entre el presidente y Sala e Intxaurrondo, que así nombrados parecen los personajes de una novela de Lorenzo Silva, pero son los periodistas que pilotan las mañanas en la pública. Las canas de Sánchez, las vetas de plata del poder. Como diría el profesor Rodríguez Braun, ese debe ser el famoso síndrome de La Moncloa, y no el aislamiento de la realidad social por elevación que se atribuía a las largas estancias en palacio. Entre otras cosas, porque Sánchez ya venía elevado de casa. Pero de aquel síndrome, como de las patillas, ya nadie habla. Alba contempla distraída el fenómeno monclovita cuando súbitamente una pregunta de Intxaurrondo devuelve su atención al diálogo público. La cosa va de amnistía, y la entrevistadora le recuerda al presidente lo que dijo la última vez que estuvo allí, tres días antes del 23-J. El realizador divide la pantalla y regala al espectador a un Sánchez con ese tono de divertida firmeza que da a sus afirmaciones cuando le parecen obviedades diciendo que lleva cinco años gobernando y ni les ha dado la amnistía ni se la dará, y en el otro lado a un Sánchez que en directo no puede ocultar su incomodidad y esboza la media sonrisa que a Alba le sugiere el agobio de quien se siente culpable y no puede reconocerlo.

Hoy, presidente, recuerda Intxaurrondo, usted no sólo acepta la amnistía, sino que la defiende, ¿Qué es lo que ha pasado? Y para sorpresa de Alba la respuesta es la más torpe y al tiempo elocuente que podría dar el presidente: lo que ha pasado es el 23 de julio. Adiós estrategias de venta del producto, adiós explicaciones sobre la bondad de la amnistía como herramienta de cohesión social y política y de solución al problema catalán, adiós al relato que con tanta dificultad y hasta vergüenza propia y ajena están teniendo que tragar dirigentes y diputados socialistas en España y en Europa. El propio Sánchez reconoce que al no cuadrarle los números tras las elecciones no le quedó más remedio que comprar los votos. Que esa es la razón de que lo que negaba como imposible con esa sonrisa irónica de ligero desprecio a la interlocutora, terminara siendo necesario.

Piensa Alba que a partir de ese momento ya nadie puede defender sin rubor o sin que se le caiga la cara del bochorno que la decisión de amnistiar es buena para España y traerá abundancia y serenidad. El propio presidente ha desmontado el argumentario a la primera de cambio. Digan lo que digan, vendan como vendan el nuevo relato de la situación nadie podrá ya dudar –en realidad nadie lo hacía, pero tampoco lo había reconocido el Gobierno– que estamos ante el sacrificio de la coherencia, la palabra y los compromisos por un puñado de votos. Siete para ser exactos. Lo que ha pasado es el 23 de julio. Y añade el presidente que había que parar a la derecha. Claro, hay que formar mayorías tragando sapos o mintiéndose a sí mismo y a los votantes para evitar que se formen otras mayorías que, obviamente no serían tan democráticas como la alcanzada con el acuerdo de compraventa de votos. Ese es el segundo dardo al sentido común que anota Alba en la desmañada respuesta de Pedro Sánchez a la pertinente y previsible pregunta. No se podía permitir que gobernaran los otros.

Ese es el talento. Y el talante. A ver, lo que un Sánchez sin preparar le dice en su respuesta a Intxaurrondo revela una incómoda idea de la política: la palabra y los compromisos valen lo que vale el resto de formaciones políticas si no están conmigo, o sea, nada. Fuera de mi universo político solo hay caos y destrucción, y la realidad del mundo es la que yo contemplo, expreso y difundo. Los límites de la realidad son los que trazo. Le parece a Alba casi patológico. Acorde, acaso con la esperpéntica personalidad de su socio más importante, ese Puigdemont al que han resucitado y otorgado tanto poder como para someter al gobierno español al humillante control de una organización internacional especializada en conflictos armados, que de ahí saldrán los mediadores.

Vuelve Alba a contemplar las canas de Pedro Sánchez hasta que termina la entrevista. Si es verdad que el blanqueo capilar es fruto del estrés y las ansiedades, entiende perfectamente lo que le pasa a Sánchez. No ya solo por estar en La Moncloa, sino quizá, por lo duro que debe ser no ya cambiar de opinión, algo en lo que se mueve con solvencia, sino dejar tu palabra y tus principios arrastrados en el lodo de la mentira para seguir ejerciendo el poder. Es posible que también la vergüenza siembre canas.