Editorial

Escarnio sanchista al proceso de investidura

Sánchez no planteó en las urnas la amnistía y la autodeterminación, porque las ha repudiado hasta que las ha necesitado. Podría consultarlo ahora. No lo hará

Salvo sorpresa, que sería tan inesperada como reconfortante, Alberto Núñez Feijóo no alcanzará hoy los apoyos suficientes para ser investido presidente del Gobierno en la segunda votación del debate en el Congreso. Se abrirá el tiempo de Pedro Sánchez, si es que puede asegurar al Rey que cuenta con los respaldos necesarios. El Jefe del Estado actuará en función de sus competencias y el mandato constitucional y habrá de confiar en la palabra de alguien que ha probado con fruición que desconoce tal virtud. No será un trámite grato encargar el honor de ser presidente del Reino a un político que únicamente se rodea de todos aquellos que persiguen acabar con España y la Corona, pero su papel es el que es. Desde ese instante al tiempo de la votación, debate de por medio en la Cámara, son casillas del tablero que a Sánchez le sobran. De hecho, el jefe del Ejecutivo en funciones, a coro con la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, se ha encargado de anticiparnos el desenlace. Nos ha confirmado hace unas horas que repetirá en Moncloa «dentro de poco tiempo». Es muy probable que así sea, más allá de la teatralización de los separatistas que pugnan todavía hoy por engordar su lista de la compra con la que el nuevo candidato se hará con escaños e investidura. Los descriptibles escrúpulos y la desmedida ambición de Moncloa nos hacen ser fatalmente pesimistas. Se alumbrará otro Frankenstein entre el sanchismo y todos y cada uno de los enemigos de la España constitucional. Ignoramos, eso sí, los detalles del pacto que la izquierda cuece contra la democracia. Los socialistas se han cuidado muy mucho no de preservar o respetar las formas y los tiempos de la liturgia democrática y las instituciones, con ese silencio ominoso y el esperpento parlamentario del mandado vallisoletano en el primer día de la investidura, sino en la diseñada y ejecutada opacidad con que se han ocultado actuaciones de extraordinaria relevancia para la nación y sus ciudadanos. El oscurantismo y el tenebrismo con que el presidente en funciones pretende controlar daños y difuminar su rastro en la ignominia en curso con una amnistía contra el Rey, el Estado, la Constitución, la Justicia y el pueblo resultan en sí mismos una prueba de cargo sobre la condición inmoral de que unos políticos borren los delitos de otros políticos que intentaron subvertir la Ley y nos abocaron a la confrontación. La opacidad no sirve a la democracia, es cobardía y deslealtad. Sánchez y Díaz han hablado del mandato de las urnas para justificar el pago a Puigdemont y compañía y la conformación del gobierno más extremista de Europa que disfrazan de progresista. No hay felonía mayor que responsabilizar a los ciudadanos de las consecuencias de sus pulsiones autocráticas y convertirlos en cómplices y rehenes. Sánchez no planteó en las urnas la amnistía y la autodeterminación, porque las ha repudiado hasta que las ha necesitado. Podría consultarlo ahora. No lo hará. La gente estorba.