Apuntes

Ese cine antifascista, tan necesario

Cuando Margaret Thatcher redujo al mínimo las ayudas oficiales, el cine británico dio un salto de gigante

Una película española, «Te estoy amando locamente», que el Ministerio de Cultura ha subvencionado con un millón de euros, ha resultado un fracaso de taquilla pese a estar protagonizada por una actriz de raza, Alba Flores, que muchos conocerán por su papel de Nairobi en «La casa de papel»; haber recibido las mejores críticas y, lo más importante, ser calurosamente recomendada por Ángela Rodríguez «Pam», la secretaria de Estado de Igualdad. Si, además, añadimos que el argumento del filme versa sobre los inicios del movimiento LGTBI en Sevilla y que la protagonista se ha revelado como una de las adalides de la «resistencia antifascista» en España, ciertamente, parece difícil explicar que sólo hayan ido a verla 9.000 espectadores y que la recaudación del primer fin de semana, que es el que marca el tono, no llegue a los 67.000 euros. Como el estreno me ha pillado lejos de casa, en la costa portuguesa, no he tenido ocasión de ir a verla y no puedo darles mi opinión, asunto que me tiene algo inquieto, aunque solo sea porque una parte del millón de euros de la subvención ha salido de mis impuestos y uno, créanme, no está para tirar un dinero que no le sobra. Ahora bien, si nuestro Gobierno puede soltarle un millón de euros a una película antifascista y tal que ni siquiera interesa a los militantes de Unidas Podemos, pues va a ser cierto lo que dice Pedro Sánchez de que la economía española va como una moto y si usted no puede pagárselo, España sí puede. Es lo que decía Eduardo Casanova, el director de otro éxito cinematográfico, «La piedad», que recibió 320.000 euros en subvenciones públicas y tuvo 2.500 espectadores, que el Estado debía promover «la cultura antifascista» a través del cine, cuestión que no vamos a discutir, pero que, por lo visto, se la trae al pairo a la mayoría de los espectadores, que ese fin de semana optaron por Santiago Segura y Harrison Ford, y eso que estrenaban las mismas películas de siempre. Desde luego, no es fácil augurar si el cine antifascista tiene futuro, pero, de tenerlo, no parece que la vía de las subvenciones públicas sea la manera de asegurarlo. Al fin y al cabo, cuando Margaret Thatcher redujo al mínimo las ayudas oficiales, el cine británico dio un salto de gigante, se hizo rentable, conquistó las pantallas de medio mundo y, además, durante dos décadas se dedicó a poner a parir a la primera ministra con el monotema de la desindustrialización, la destrucción del sindicalismo y las referencias a la opresión de los homosexuales. También hicieron «Cuatro bodas y un funeral» y «Un pez llamado Wanda», pero esas entran en el terreno de los Santiago Segura y, seguramente, no cuentan. Por cierto, cuando llegó la Thatcher al poder, el tipo marginal impositivo era del 85 por ciento y la inflación anual del 22 por ciento, asuntillo, sin duda, menor que los cineastas británicos no creyeron necesario tratar en sus obras. Pero volviendo a nuestro asunto, se me ocurre que, para potenciar el cine español antifascista, cuestión del máximo interés ciudadano, se podría animar a nuestros productores, directores y actores a rodar películas sobre la Guerra Civil, un tema prácticamente inédito en la cinematografía de izquierdas y que no sólo tendría mucho éxito de público y crítica, sino que daría contenido a la ley de memoria democrática. Porque claro, lo que no puede ser es reducir a actrices de bandera, como Alba Flores, a interpretar cosas como «La casa de papel», aunque salga el Bella Ciao.