Letras líquidas
El «espíritu de Granada» o la Nochevieja de 2030
La España que hoy somos es, en buena medida, resultado de su europeización y la España que seremos en 2030 estará marcada por esa ambiciosa extensión hacia el este
Para muchos españoles el primer recuerdo de la Unión Europea es una Nochevieja. Las campanadas, las uvas y los fuegos artificiales estuvieron acompañados en aquella madrugada del 1 de enero de 1986 por el estreno del «ya somos europeos». España (y Portugal) se sumaban al proyecto que, 28 años antes, había comenzado a diseñar un vínculo supranacional de intensidades y aspiraciones variables y, aún hoy, de alcance por determinar. Con la incorporación de los países ibéricos, el club pasó a estar formado por doce miembros. Desde entonces no hemos parado de crecer: en 1995 fuimos 15, 25 en 2004, dos más en 2007, otro en 2013 y, como excepción, la resta del Brexit que nos dejó en los Veintisiete actuales. Y a la espera de más socios.
Lo constante en Europa, como buena hija de Schuman, es el cambio. Instalada en su permanente metamorfosis, ha confirmado su querencia transformadora en la Cumbre de Granada. Asistimos al final de una era o al nacimiento de otra (según visualicemos el vaso), pero con la convicción de que nos encontramos ante una de esas coyunturas fundacionales, como la que sacudió el mundo en 1989 tras la caída del Muro de Berlín y obligó a redefinir geoestrategias. El tiempo y las circunstancias ahora son otras, hasta una guerra enrevesa el encaje continental, y a las dificultades de cualquier crecimiento comunitario se añaden otras: las de todas las actualizaciones comunitarias pendientes, las que se han ido acumulando en años de crisis sucesivas y que, inevitablemente, ya hay que abordar. La unión fiscal, el empuje en la coordinación de defensa o la política migratoria. O economía, seguridad y defensa. Áreas decisivas y que requieren un encaje definitivo antes de convertirnos en el macroclub hacia el que vamos.
Una unión de 37 miembros que sumarían unos 500 millones de personas es un salto que requiere junto a profundas reformas de las instituciones (un Parlamento manejable y asumible y una revisión de los procesos decisorios, por ejemplo) cambios de mentalidad en los propios países. Salvadas las reticencias del eje franco-alemán y asumidos los beneficios de extender la frontera oriental para esquivar el yugo ruso, es imprescindible la conciencia de las profundas alteraciones que vienen, como la de pasar de país receptor a contribuyente nato, por ejemplo. La España que hoy somos es, en buena medida, resultado de su europeización y la España que seremos en 2030 estará marcada por esa ambiciosa extensión hacia el este. A ver qué nos depara esa futura Nochevieja de (más) estrellas doradas sobre fondo azul.
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