Tribuna

En Euskadi está hecho lo que en Cataluña puede atragantarse

El problema hoy, para la estabilidad de Pedro Sánchez, reside en Cataluña. Nuevas elecciones significaría prolongar la inestabilidad

Bildu puede ganar las elecciones. En escaños por lo menos. La hegemonía del PNV en Vizcaya y en particular en Bilbao complican mucho que el Partido –porqué en Euskadi es el Partido– también pueda verse superado en votos. Esa sí sería una derrota dura de digerir. No cambiaría la correlación de fuerzas, ni pondría en riesgo la Lehendakaritza.

Lo cierto es que no hay posibilidad alguna de que Bildu, por ahora, pueda llegar a la Lehendakaritza. O formar parte del Gobierno vasco. Sólo podría ser de la mano del PSOE vista la endeblez de Sumar y Podemos. Y eso no va suceder.

Como tampoco hay riesgo de nuevas elecciones. Al lehendakari, en el Parlamento Vasco, se le vota o uno se abstiene. No se le rechaza. O se vota por un candidato o sencillamente no se vota. Lo que ocurre es que se procede a votar por todos ellos a la vez caso de haber diversos candidatos. Y parece obvio que Bildu también presentará al suyo. Entonces el método es simple. Nominalmente se les pregunta a cada uno de los diputados sobre su candidato predilecto. Y éstos responden con un nombre o se abstienen sin más. En primera votación se requiere mayoría absoluta. En segunda sólo contar con más votos que el otro candidato. O los otros candidatos porqué todo los grupos parlamentarios pueden presentar el suyo.

La gran ventaja del Reglamento parlamentario vasco es que el sistema de investidura del Presidente del Gobierno está pensado para impedir un bloqueo. Justo lo que podría suceder en Cataluña a tenor de las encuestas. Las elecciones catalanas de mayo, de no cambiar la demoscopia preelectoral, encaminan a los catalanes a volver a las urnas tras el verano. Con lo que podría darse la paradoja de que siguiera gobernando ERC aunque se viera claramente superada en las urnas.

Se especula sobre las dificultades del PSOE para sostener un Gobierno en Euskadi si Bildu venciera. Y por ahí poco hay que rascar. Por dos motivos, la estrategia de Bildu pasa por tener paciencia casi infinita. Y ni remotamente se plantean provocar la caída de Pedro Sánchez. Pero es que además la alianza entre PNV y PSE no puede ser más sólida. Se necesitan y no tienen alternativa. El PSOE además tiene así cautivo al PNV, por si acaso decidieran poner coto a la estabilidad o algún tipo de cortejo futuro con el PP. Lo que por otra parte hoy no tiene visos de suceder. Menos cuanto la sombra de Vox sigue acechando. Mientras este partido sea aritméticamente imprescindible, por activa o por pasiva, el PNV mantendrá la distancia con el PP aunque eso no quita que puedan llegar a acuerdos o coincidir en votaciones de temática económica o fiscal.

Las últimas investiduras catalanas, desde 2015, han sido un suplicio. Las vascas, un trámite. Al punto que en Catalunya se llevaron por delante a Artur Mas pese a liderar una coalición que obtuvo 62 diputados. Sólo a seis de la mayoría absoluta. La CUP explotó su representación y obligó a deponer a Mas, al que mandaron «al basurero de la historia». Porque en defecto los autodenominados anticapitalistas estaban dispuestos a provocar nuevas elecciones votando «no» junto al resto de la oposición. En Euskadi ese protagonismo tan determinante hubiera resultado imposible y Artur Mas hubiera sido Lehendakari.

El problema hoy, para la estabilidad de Pedro Sánchez, reside en Cataluña. Nuevas elecciones significaría prolongar la inestabilidad. Todo, además, por decisión de los socios de Gobierno de Sánchez que se pusieron bravos con Aragonès. Por dos motivos, el primero por lo sucedido en el Ayuntamiento de Barcelona. El alcalde Collboni no quería a Ada Colau ni de conserje en el Ayuntamiento. O sea, la actitud del despechado. El segundo motivo, por un intento frívolo de marcar paquete. Incomprensible por las repercusiones que tiene en su propio espacio. Y por lo que representa de incoherente puesto que los Comunes votaron las cuentas de 2023 y se tragaron el casino del que ahora abominan.

La consecuencia es acrecentar el calvario de Sánchez. Un tiro en el pie puesto que también le complica la vida a Sumar en el Gobierno. Pero es que para más inri cava una trinchera entre los Comunes y ERC. Y llueve sobre mojado por cuanto los Comunes ya se la dieron a Ernest Maragall en la Alcaldía de Barcelona en 2019. Y se la volvieron a dar en 2023. Una secuencia de golpes que a buen seguro van a dejar huella. A veces la estupidez –que no sólo es patrimonio de la izquierda– no tiene límites.