Tribuna

Gaza, ¿no hay mal que por bien no venga?

Aquí no hay compasión alguna. El argumento de «daños colaterales» ni está ni se le espera

Gaza, ¿no hay mal que por bien no venga?
Gaza, ¿no hay mal que por bien no venga?Raúl

El Gobierno de Benjamin Netanyahu ha decidido acabar con Hamás al precio que sea. Limpiar la Franja de Gaza de una organización fundamentalista que llegó al poder tras unas elecciones en las que derrotó a Al-Fatah. Fueron los palestinos quienes legitimaron esa opción política contraria a los acuerdos de paz de Oslo. Esto es, contrarios a la fórmula de dos estados en el territorio histórico de Palestina. Eretz, Israel en hebreo, la Tierra de Israel, para los judíos sionistas. Hamás, además, sigue manteniendo la voluntad fundacional de destruir el estado de Israel y se supone que echar a todos los judíos al mar.

El detonante de la decisión es el audaz y a su vez salvaje ataque de los milicianos de Hamás, las Brigadas de Al-Aqsa, que tras cruzar el 7 de octubre el muro que mantiene confinadas a más de dos millones de personas emprendieron una masacre sin contemplaciones. Estos días, la Embajada israelí en España no ha dejado de mostrar pruebas fehacientes de la crueldad de los milicianos.

Si alguien tenía alguna duda de la brutalidad de la matanza perpetrada por los militantes islamistas, las imágenes son escalofriantes. Tampoco es nada nuevo más allá de la magnitud de la matanza en esta ocasión. El islamismo lleva años exhibiendo su crueldad. Ya sea en Madrid o en París. En Nueva York o en Jerusalén. Atentados indiscriminados con la intención de provocar el mayor daño posible. El fanatismo salafista ha llevado el desprecio por la vida humana al límite.

Tampoco es que el Gobierno que encabeza Netanyahu sean las hermanitas de la caridad. Hay hasta quienes han pedido lanzar una bomba atómica sobre Gaza. Muerto el perro, muerta la rabia. El primer ministro israelí se ha mostrado más comedido que algunos de sus socios. Y por ahora mantiene una media de entre 300 y 500 muertos por día desde que emprendió la ofensiva sobre Gaza por tierra, mar y aire. Si Hamás asesinó a cerca de 1.200 personas, el ejército israelí ya ha multiplicado esa cifra por más de diez. Y lo que queda por ver puesto que tras la tregua humanitaria se ha vuelto a las hostilidades.

Aquí no hay compasión alguna. El argumento de «daños colaterales» ni está ni se le espera. En esa famosa película de venganza, Arnold Schwarzenegger aborta el ataque a los malos para salvar la vida inocente de una madre y su hijo. En Gaza, nada de eso ocurre. Son miles los niños que han sucumbido a las bombas del Tsahel, se dice que lanzadas con precisión quirúrgica. Pero debe ser como el actual tratamiento contra el cáncer que no discrimina entre células cancerígenas o sanas. Todas caen abatidas. No hay mal que por bien no venga.

La sociedad israelí es una sociedad democrática. Con estándares occidentales, aunque cada vez son más los extremistas de derecha y cada vez tienen un mayor peso los partidos religiosos, mientras la comunidad ultraortodoxa no deja de expandirse. Sobre todo, en Jerusalén. Cada vez son más y ejercen mayor influencia. Y no es precisamente que la sociedad que estos promueven sea democrática. De hecho, es tan fanática y fundamentalista como la que promueve Hamás. O incluso más por lo que respecta a los derechos de la mujer. Su papel es el de traer hijos al mundo. A poder ser, varones.

El Likud, partido que ganó las últimas elecciones, se ha ido escorando progresivamente a la derecha. De éste se desgajaron los seguidores de Ariel Sharon que crearon Kadima. Un partido a la izquierda del Likud. Y no es que Sharon brillara precisamente por su contención. Con él ocupando la jefatura del Gobierno se dio un salto adelante en la política de beligerancia contra los palestinos.

Pero siempre puede ir a peor. Cabe recordar que el fundador del Likud fue Begin, que en sus tiempos de combatiente fue líder del Irgun, un grupo armado que combatía contra los ingleses, responsable del atentado del Hotel Rey David que ocasionó más de 200 muertos. Luego, como tantos otros dirigentes sionistas, pasó de ser considerado un terrorista a Premio Nobel de la Paz. De halcón a paloma.

El suyo no fue un caso aislado. Isaac Rabin fue el general que entró a sangre y fuego en la ciudad vieja de Jerusalén en 1967. Su primera decisión fue convertir en escombros el barrio marroquí, junto al Muro de las Lamentaciones, y reducir a escombros 800 años de historia. Luego también fue Premio Nobel de la Paz, como Yasir Arafat, para ser asesinado en 1995 por un judío fanático contrario a los acuerdos de paz con los palestinos. Fue un joven Netanyahu quien lideraba entonces la campaña contra Rabin. En sus manos seguimos estando.