Tribuna

Gravedad política

No hemos aprendido nada. Al contrario. Los vacíos y los vicios tanto del comportamiento político egoísta como de los intersticios legales son una amenaza y un peligro en cuanto la degradación total de las instituciones y el respeto de la ley

Lejos del alarmismo, pero igual de lejano de la demagogia superflua, España se encamina hacia una encrucijada ignota, irreversible y grave. Ignota porque podemos adentrarnos, de consumarse todo intento de amnistía, en una situación política de enorme inestabilidad, de voladura total del sistema democrático y por supuesto, institucional, aunque esto a algunos no les importe, y de consecuencias imprevisibles. Irreversible porque el apetito del nacionalismo independentista, hoy todo él mayoritario en la causa nacional de algunos pueblos, es insaciable. Insaciable y asimétrico, asentado en la prebenda, el privilegio y el cupo. Que por cierto exigen exclusiva y excluyentemente, no basado en mejor derecho que no lo es, sino en el coste y precio político de una investidura y de toda norma que un gobierno débil, fragmentado y con la sola pretensión de subsistir a toda costa, paga por alcanzar la Moncloa. La factura lleva aneja una fractura real tanto política, como social y moral. Y grave. Vivimos unos de los momentos más tensionados y polarizados de la vida política y pública española. No hay institución que no haya sido cuestionada y ridiculizada. Nunca como hasta hoy la sociedad ha sido más inane política e intelectualmente. Desasistida voluntariamente de cualquier crítica, fruto del adoctrinamiento y no de la educación, y amnésica de propuestas e ideas. Huérfana de sí misma la sociedad, y sin un espejo de otredad, las bases están cimentadas para la manipulación, la mentira y el despotismo. Y la buena fe que algunos están dispuestos a todo.

La no investidura de Feijóo deja sin embargo una buena noticia e impresión, hay líder político. Y su discurso, valiente y firme, creíble deja unas huellas de credibilidad y coherencia en una desmoralizada sociedad que rehúye precisamente de la política visto el paisanaje. El espectáculo que algunos han dado estos días, retrata la descomposición moral y política del interés general de España y lo público, supeditado a lo particular y egoísta.

El 23 de julio no se voto amnistía sí o amnistía no. No se preguntó clara y decididamente a los españoles por esta cuestión. Nadie podía haber previsto el desenlace de aquella noche electoral y que el capricho como las veleidades jugaría su carta más descarnada y también cínica. Solo esta cuestión, la amnistía de todo delito, también los económicos, rompe por sí sola las reglas de juego constitucionales, jurídicas y éticas. Digan lo que digan. No hay ninguna persecución. Solo en el ideario y el imaginario colectivo de quienes rompen las reglas de juego unilateralmente y trasgreden la legalidad de la que forman parte. El victimismo es huérfano de razones pero también de principios y verdades.

Los partidos nacionalistas vascos y catalanes, que hábilmente ha asimilado el líder de la oposición y que en el debate de investidura tenía tras de sí once millones de voto a través de los 172 escaños de apoyo, no esconden la opción clara por la amnistía. Con ella, el referéndum, el privilegio, la asimetría económica y toda la retahíla viejamente conocida y consentida por muchos gobiernos, todos o prácticamente todos, desde la transición. De aquellos lodos, … dejemos el barro porque el enfangamiento ha sido total, de obra y pensamiento, discernimiento y consentimiento.

España debe ir a unas nuevas elecciones. Con las cartas bocarriba. Sin engaños. Con un programa realista y creíble por todos. Algo que no iba en el partido socialista. Sí, la amnistía no estaba en ese programa. Y es o sería solo el primer precio a pagar. Con un desmoronamiento y debilitamiento total del orden constitucional. Y evitemos jugar con la figura del Jefe de Estado porque constitucionalmente tiene que firmar lo que tiene que firmar.

La gravedad a la que nos enfrentamos traerá inevitable e irremisiblemente una consecuencia de inmediato, a saber, la inestabilidad política y social. La dependencia absoluta de un gobierno fragmentado de la decisión de un nacionalismo que, precisamente en horas y momentos de fragilidad de voto en sus feudos, se ve, sin embargo, fruto de la debilidad de los dos partidos nacionales mayoritarios, en la mejor posición que nunca había imaginado. Una posición vinculada a un interés personal inmensamente inferior al que exige y es España y todos los españoles como colectividad de ciudadanos iguales en derechos.

Una inestabilidad temporal que no podrá durar cuatro años y que sin embargo arrostrará ad futurum mayor y mayor inestabilidad. Y su segunda víctima, es clara, una deliberada ausencia de autorresponsabilidad política en quien ha de tenerla y atesorarla. Y en ese precipicio de vanidades, se está empujando no solo a unas siglas, sino, y es peor, la convivencia y la concordia basada en la normalidad y no en la excepcionalidad, del pueblo español. No hemos aprendido nada. Al contrario. Los vacíos y los vicios tanto del comportamiento político egoísta como de los intersticios legales son una amenaza y un peligro en cuanto la degradación total de las instituciones y el respeto de la ley.